Una de mis primeras experiencias como alumno de la Universidad de Navarra fue escuchar a un docente calificar de “fraude” a la incipiente prensa bilingüe. Otro catedrático del mismo centro se subía al estrado para recordar cariñosamente a Franco y abogar por salidas al terrorismo siguiendo el modelo argentino (“desaparecen”) o alemán (“se suicidan en las cárceles”). Y qué decir de nuestro profesor de Teología y sus periódicos dardos contra la libertad de religión y de conciencia. Estoy hablando de finales de los 70 y principios de los 80. Quizás las cosas ya no sean así por allá abajo. Muchos se han preguntado cómo hubiera sido el devenir de Navarra sin el desembarco del Opus Dei en la década de los 50. Muy diferente; en eso coinciden todos. Luego, unos bendicen y otros maldicen el día en que la gente de Escrivá tomó posesión, a coste cero, de los terrenos de las márgenes del río Elorz. Los sucesivos gobiernos de UPN han mimado como a su niña bonita a la Universidad de Navarra. Mientras, lo más granado de la izquierda ha soñado con unos edificios expropiados y transformados en dotaciones públicas y un campus reconvertido en lugar de esparcimiento para colectivos populares, con sus recios y diferenciados colegios mayores devenidos en promiscuas residencias mixtas. Las cosas difícilmente van a ser de esta manera. La realidad nos indica que el Opus va a continuar donde está, sólo que sin el trato de favor que ha recibido en estas décadas. La Universidad de Navarra parece haberlo entendido así y las fuerzas del cambio también. El pasado viernes, en la apertura de curso, la sorpresa del día la constituyó la fuerte presencia institucional -Gobierno (Geroa Bai), Parlamento (Podemos), Ayuntamiento de Pamplona (Bildu)- y las conciliadoras palabras del rector del centro. Es lo que hay. Realpolitik.