cuenta el guatemalteco, “judío a veces”, Eduardo Halfon en Monasterio su viaje a Jerusalén para asistir a la boda de su hermana ultraortodoxa. Y dice que al entrar en el primer garito de la ciudad se topó con un hombre “de nariz prominente”. Etgar Keret, Telavivian, con perdón, también cuenta en Los siete años de abundancia la vida de su hermana ultraortodoxa, cuyos once hijos hablan yiddish en lugar de hebreo. Y aunque no recuerdo si en su obra abundan los israelíes de larga trompa -tampoco en el Corán hay camellos-, sí me llamó la atención la historia de un festival literario al que asistió en Zagreb.
En la capital croata, tras un maremoto de copas, Etgar Keret se despidió de sus colegas y entonces un “musculoso escritor vasco” le dio un fuerte abrazo. En la traducción inglesa se trata en cambio de un “brawny Basque poet”, con lo cual me surgió una duda clave para la humanidad, a saber, qué será nuestro paisano en el texto original, un mero sofer o un rimador meshorer. De paso se me encendió la curiosidad acerca de la identidad de ese vecino poeta o escritor, quién será, qué pensará del compañero de gremio al que hoy quizás no podría despedir porque ni siquiera podría recibir, cosas del boicot.
Aunque lo que de verdad me ha llevado a publicar este columna imprescindible para la población es preguntarme en público cuánto hay de cierto en la prominencia nasal de los judíos, cuánto lo hay en la recia corpulencia de los vascos, y cuánto hay de vaguedad intelectual en atribuir cualidades físicas y hasta políticas a pueblos enteros. Mírenme a mí: napioso, grandullón y sin embargo prefiero Sarajevo. Tópicos, los justos.