Síguenos en redes sociales:

Nácar

Además de maravillarnos siempre que vemos las irisaciones que produce la luz en una concha de molusco, el nácar guarda un registro fidedigno de las temperaturas de nuestro planeta. Ese tornasolado de la madreperla es toda una muestra de ingenio de la naturaleza: el biomineral está compuesto de aragonito, es decir, carbonato de calcio, estructurado de manera que interactúa con los fotones de la luz y nos devuelve esa irisada imagen. Por otro lado es duro como pocos biomateriales, y ahora un nuevo estudio de la Universidad de Wisconsin-Madison muestra que cada capa anual de crecimiento del nácar de diferentes tipos de moluscos permite reconstruir la temperatura del mar en que vivieron. Los fósiles de siglos y siglos de moluscos corroboran ese paleoclima, de la misma manera que en los restos de la paella que no comerá Donald Trump están las pruebas de que su posición negacionista ante el cambio climático parte una mentira ignorante que nos hará muchísimo daño en los años venideros.

Por supuesto que no son solamente las conchas, sino todos los datos que se registran en todo el mundo, en el hielo de los glaciares o en los árboles antiguos, en sedimentos, por millones de sensores que miden escrupulosamente la física y la química de la atmósfera, los mares, los hielos, la precipitación y los gases que emitimos, sin la tontería mentirosa de quienes juegan a la política por poder y dinero, por el trabajo de millares de personas comprometidas con la ciencia del clima, que pierden el tiempo y la vida para poder buscar una salida en la que evitemos la catástrofe, haciendo modelos que permitan ver de qué manera será posible, cuándo cruzaremos el punto de no retorno, qué iremos perdiendo en el camino. Para que luego diga el Presidente electo que eso es un cuento chino.