Síguenos en redes sociales:

¿Qué más da?

estaba en un bar desayunando solo. En una mesa. Al lado de la ventana que da a la avenida. Estaba con el periódico y acababa de pedir café y un croissant. Serían las ocho y media de la mañana, estaba amaneciendo. Una de estas mañanas laborables, frías y claras de diciembre en Pamplona. Y entonces te he visto pasar. Con un abrigo que tendrá más de veinte años y ese gorro con orejeras (¿de dónde diablos lo has sacado, te lo han regalado?). Ibas como con prisa, arrastrando los pies, con las manos fuera de los bolsillos. Algo más delgado que otras veces, sin afeitar. Y con cara de miedo. Incluso he llegado a pensar que te dolía algo e ibas al médico. Siempre te veo por estas fechas. En realidad, nos hemos estado viendo toda la vida. En unas épocas nos saludamos, en otras no: es igual, ¿a quién le importa? La última vez que nos paramos en la calle (hace ya bastante), me estuviste hablando de algo que estabas escribiendo (no sé si una novela o algo así) y me dijiste que a lo mejor te ibas a Grecia. Pero no te fuiste. Y la vida pasa. Tú eres algo mayor que yo (a mí aún me quedan por lo menos tres años para jubilarme), pero te voy a decir una cosa: aunque te suene raro, siempre te he visto como si fueras una imagen adelantada de mí mismo. Como si estuvieras ahí para que yo te viera y supiera con un poco de antelación lo que me va a pasar a mí. Así que ahora te veo con ese jodido gorro y sé que dentro de no mucho también yo seré capaz de ponerme uno de esos (o alguno peor). Siempre me apena no haber charlado más contigo. No haber pasado más tiempo. En esta vida, digo. Al fin y al cabo nos han gustado las mismas mierdas: la literatura, el cine. Ahora mismo me gustaría hacerte un par de preguntas sobre algunos asuntos muy concretos. Pero me temo que ya va a ser difícil que se produzca una buena oportunidad de hacértelas sin despertar suspicacias. No sé. ¿Qué más da? Suerte, de todas formas. No bebas mucho. Qué rápido va todo.