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Ecología y transporte público

Cuando me hacen manspreading y aparento que no me entero es como si no pasara nada. ¿No se percatan los manspreaders de su fingida indiferencia, de su repulsa sutil, de ese rictus censor que tensa sus comisuras?, me preguntarán. Pues no. ¿Es el león consciente de su leonidad? Puede que los manspreaders no sean muy conscientes de su manspreidad. En el hábitat del transporte público, constituyen una especie dominante que desplaza al resto utilizando para sí recursos ajenos. Manspreading -en castellano despatarre- es esa práctica consistente en abrir las piernas en un ángulo tal que se sobrepasa el asiento propio y se ocupa parte del contiguo obligando al ser yuxtapuesto a la estrechez. El volumen corporal del agente no es el factor determinante, se trata de una percepción sobredimensionada del derecho territorial. Hay manspreaders menudos y muy despatarrados. ¿Qué hago? ¿Sufro los golpes de la fortuna adversa o les doy fin con atrevida resistencia? Ese es mi dilema. Educada en la discreción, en el no la voy a montar y menos en público, me encuentro desarmada. Y cobarde, no nos engañemos. Iniciar la contraofensiva presionando con la rodilla la del invasor puede dar lugar a un equívoco de vodevil. Solo lo haría si me supiera apoyada, si fuera en grupo, como cebo de una cámara oculta? Es una estrategia demasiado física y no estoy particularmente interesada en el contacto. Por ahí no. Perdón, ¿le importa dejar de ocupar mi espacio? Es una opción clara y correcta. Identificar el hecho, pedir su modificación con agradable cortesía y que salga el sol por Antequera. Pero no puedo empezar la frase así, pidiendo perdón, reforzando con una disculpa la desventaja espacial. Por favor, ¿puede mover la pierna?, suena más concreto y firme, ¿no?

Un día de estos lo voy a hacer. Palabra.