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32 apellidos vascos

Hace días, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, y en medio del fragor catalán, Ainhoa Arteta emocionó al público al informar entre canción y canción de que “tengo 32 apellidos vascos y por encima de todo me siento española”. De hacer caso a los cronistas enloqueció el gallinero. Antes en Galicia matizó que en efecto son 32 “pero hasta donde los he contado”, lo que no quita para que a su juicio debamos reforzar nuestra españolidad. En Valencia enalteció a la patria común antes de señalar que “lo dice una vasca no de ocho apellidos vascos, no, ¡sino de 32!”. En Sevilla manifestó sentirse “española, muy española”, recalcando que además tiene, pues eso, 32 apellidos vascos, cuántos van a ser. También he leído en algún diario que son 30, y supongo que el becario ya estará en la calle. Un par menos son muchas erres menos.

Vaya por delante, o ya por el medio, que me parece perfecto que se sienta española, muy española, y que lo recuerde donde le plazca. Y añado que resulta tan triste como pesado que haya que recalcar esa obviedad, el hecho de que cada cual se pueda sentir como le dé la gana y donde le dé la gana. Sólo faltaría. No, lo mío va por lo otro, por esa terca exposición de una vasquidad basada en el número de esdrújulas. Esa limpieza de sangre, si su opinión fuera otra, le costarían una justa reprimenda y un disgusto profesional. Y es que la hidalguía periférica sólo mola cuando sirve para españolear. Aunque tampoco exageremos: si Josep Carreras justificara su deseo de independencia por la ristra de ayeres catalanes que arrastra, ocurriría exactamente lo mismo. O sea, también enloquecería el gallinero. Igual, igual.