Mientras Podemos se enfanga en purgas y querellas o -en su versión foral- simplemente se desangra a cuchilladas, Ciudadanos va a acabar cortando el bacalao de la política hispana. Su éxito en el 21-D catalán no va a hacer de Inés Arrimadas presidenta de la Generalitat, pero sí puede acabar constituyendo el empujón que le falta a Albert Rivera para poner rumbo a la Moncloa. Ya cuenta con el apoyo declarado o implícito de los principales periódicos madrileños, tanto los de la caverna como los progres de otro tiempo. Parece que multiplica día a día sus apoyos empresariales. Por no hablar del goteo de militantes que se pasan de bando. Sectores que sostenían sin ambages al PP -también al PSOE- lo consideran ya amortizado e incapaz de remontar el descrédito en el que le ha sumido una corrupción que sigue copando primeras páginas y una gestión esperpéntica de la crisis catalana. La caja de Pandora que Rajoy abrió en 2006 con la recogida de firmas contra el nuevo Estatut y la campaña de deslegitimación del catalanismo va a acabar llevándose por delante a él mismo y a su partido. No lloraré mucho por ello. El diablo acaba pagando a los que le sirven. Pero si el recambio del pontevedrés es el tabarnícola tenemos bastantes motivos para preocuparnos. La derecha española se reinventa, pero no en versión europea y conciliadora, sino en la más jacobina y cerril de las posibles. Muy previsiblemente, no sólo no vamos a ver una República Catalana, sino que el Estado que nos viene va a ser mucho más centralista que el actual. Sin ganar un ápice en políticas sociales, la idea autonómica del PP nos puede acabar pareciendo autodeterminista comparada con la que postula Ciudadanos. Aquí no sólo peligran nuestros signos de identidad o nuestra capacidad de autogobierno. También, en buena medida, nuestro propio bienestar. No veo yo a UPN muy preocupada por el tema.
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