Entre dos fuegos
De donde vivo a Washington hay once horas y media de vuelo. A Damasco cincuenta de carretera. Siria queda lejos. Pero Estados Unidos, mucho más. Y vivimos infinitamente más informados de lo que sucede en la otra margen del océano Atlántico que de lo que está ocurriendo a orillas de nuestro Mediterráneo. Marck Zuckerberg testifica ante un Congreso cuya media de edad triplica la suya y al que él cuadruplica en conocimientos tecnológicos. Pide perdón por la filtración de nuestros datos confidenciales y por no limitar el uso malicioso de su red social universal y asegura que entiende que el gobierno norteamericano quiera legislar y controlar algo que, hoy, se le escapa absolutamente. Buen chico. Chico listo. Las acciones de Facebook subieron en cuestión de minutos. Mientras tanto los niños, los hombres, las mujeres y los ancianos de Siria sufren otro ataque más. En Douma, cerca de Damasco. Esta vez, químico. Así lo asegura la OMS basándose en testimonios directos, aunque el régimen de Bashar Al-Asad y el gobierno de su aliado, Putin, lo nieguen. De nuevo a evacuar una ciudad, a quedarse sin casa, sin alimento, sin ropa y sin referencias. De nuevo los efectos colaterales. Mientras cenábamos vi a niños a los que ayudaban a respirar con ventolines y máscaras de oxígeno. El mío jugaba feliz con un trozo de pescado y un dinosaurio. Pero todo termina confluyendo y eso que llamamos actualidad informativa ha unido a Siria y Estados Unidos. Trump amenaza a Rusia vía Twitter, en la única extensión argumental en la que se maneja y aún le sobran caracteres, con lanzar sus misiles “nice, new and smart”. Bonitos, nuevos e inteligentes. Da vergüenza transcribirlo, y miedo. Lo peor que te puede pasar es nacer en una tierra con interés geoestratégico. Porque tu vida no va a valer nada.