Felipe de Borbón vuelve mañana a Pamplona después de una prolongada ausencia para inaugurar un congreso de Arquitectura en el Baluarte. Vendrá fresco, después de haber suspendido el viernes su visita a Cáceres, donde tenía que haber clausurado otro congreso, al juzgarse que, por si acaso, era mejor no coincidir con las protestas estudiantiles que se están produciendo estos días en la capital extremeña a cuenta de la suspensión de la selectividad. En Navarra, cuando recordemos estos años, siempre apuntaremos en el haber del cuatripartito el haber provocado la reducción exponencial de las visitas reales a estos sus feudos norteños. Hasta 2015, la mayor frialdad ambiente era compensada ampliamente con el babeo genuflexo de la casta dirigente, en reñida competición por la reverencia más casposa y el peloteo más sonrojante. Ayer volvimos a ver algo de eso en el debate celebrado en el Parlamento Foral en torno a la celebración en el Estado de un referéndum vinculante sobre la institución monárquica. Entre los argumentos más rocambolescos para oponerse al mismo destacó el del popular Javier García: “La sociedad ya decidió hace 40 años”. Poco importa que, dentro de nada, ya no quede nadie que no esté jubilado que pueda decir que participó en el referéndum constitucional del 78. Aquí los padres siguen decidiendo por sus hijos y por sus nietos. La moción de IU salió adelante, pero no la parte que pedía que el Parlamento rechazara la visita de mañana, ni la que abogaba por no enviar representantes del Gobierno de Navarra a los actos. Ahí Geroa Bai se cambió de bando, por eso del respeto institucional y por no poner una china en el zapato de Pedro Sánchez, con el que sigue intercambiando fichas para horror de Javier Esparza y sus desnortadas fuerzas. Mañana, Felipe VI será recibido en Pamplona sin previsión de calor ni tampoco de crispación. Eso queda para Cáceres.