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Pido disculpas

“La humanidad es cada día más cobarde”, decía hace unos meses el artista chino Ai Weiwei. Yo ya no soy el que era, lo admito. Nadie lo es, supongo. Somos tiempo. O sea, que aunque nos cueste verlo, nunca dejamos de cambiar. Si algo me da miedo ahora es perder el sentido del humor. La pérdida de ligereza, eso es lo que más temo. Y naturalmente me refiero a la ligereza mental. Sí, puedes esforzarte, puedes hacer yoga, nadar, andar dos horas diarias y a pesar de todo tus articulaciones ya no son las que eran y tu columna tampoco lo es. De modo que no me gustaría adquirir un tono demasiado grave pero creo que nos está tocando vivir una época dura. Y lo siento sobre todo por los jóvenes. Hay abundantes espectáculos, hay cantidad de diversiones de todo tipo, es cierto. Hay mucho deporte de élite televisado, buenas series, videojuegos y toda clase de entretenimientos reales o virtuales, si puedes pagarlos. Pero nada de eso desmiente la afirmación anterior. Creo que más bien es al contrario: los espectáculos y las distracciones triunfan en las épocas duras en las que son más necesarias las válvulas de escape. “La gente está drogada, dormida, y hay que despertarla”, decía Zizek en una entrevista que le hicieron el otro día, como si aún pensara que los intelectuales (suponiendo que existan todavía) quieran, puedan y les dejen dedicarse a ello. A mí me da la impresión de que en nuestras sociedades se ha instalado un cierto desánimo y un cierto fatalismo. No hablo de un gran pesimismo, porque a nivel individual todos aprendemos a contemporizar con nuestra suerte y a tratar de sacarle chispas a lo que tenemos. Si algo hace bien el ser humano es adaptarse. No, es más bien como si hubiéramos acabado admitiendo que no hay nada que hacer. Como si nos hubiéramos convencido de que el mundo no puede ser de otra manera. Y si es así, me parece terrible. En fin, otra columna escrita en el sótano, pido disculpas.