me he levantado optimista. No sé por qué. Quizá haya comido algo en mal estado. De modo que me he puesto a hacer estiramientos en la terraza. Ahora me duele la ciática y el cuello, pero por lo menos he recuperado mi estado de ánimo normal. Así que ya puedo escribir. No se puede escribir de cualquier manera. Bueno, pues como iba diciendo, después de unas elecciones siempre hay un bajón. Unos ganan, otros pierden. Es la vida sin más. Siempre hay unos que ganan más que otros, lo sé. También hay perdedores natos que sirven para inspirar personajes literarios entrañables. Pero, lo de la izquierda aquí es ya enternecedor. Qué talento para el fracaso. Qué innata habilidad para decepcionar y tirar votos a la basura. Eso no se aprende. Eso es un don que se lleva en el ADN. Entre los resultados de Podemos, I-E y Aranzadi en el Ayuntamiento de Pamplona han tirado a la basura más de ocho mil votos. Yo, después de esto, no descartaría que hubiera cismas internos. Creo que aún podrían escindirse agriamente, ¿por qué no? Convertirse en cinco o seis partidos distintos. Irreconciliables, por supuesto. Tengo un amigo al que le chiflan las teorías de la conspiración. Por ejemplo, cree que a Nino Bravo se lo cargaron porque pensaron que su canción Libre era un himno contra el franquismo. Ahora está convencido de que el capitalismo triunfante infiltra topos en los partidos de izquierda para destruirlos desde dentro. Y no sé. Yo antes creía que esto eran ficciones, pero últimamente estoy empezando a sospechar. Lo malo es que también te cansas de eso. Te cansas de todo. ¿Qué más da? En realidad, lo más admirable es esta sorprendente capacidad del ser humano para aceptar la mediocridad de la vida y contentarse con poco. Ya lo dijo el neoplatónico Edesio de Capadocia: “Somos criaturas soñadoras y fantasiosas, pero al final tendemos a contentarnos con menudencias”.
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