eí el domingo: Colas para coger sitio en las terrazas. Es cierto: había colas. Yo no hago una cola -entendida por estar en un sitio esperando cuando puedo estar en otro sin esperar- creo que desde 1982, cuando tuve que hacer cola para coger entrada para ver ET pudiendo no hacerlo para ver otras películas. Pero, vamos, respeto el derecho de los seres humanos a pegarse media hora de pie con frío en noviembre esperando por tomarse algo en el centro de la ciudad cuando hay decenas de lugares algo menos céntricos y frecuentados que cuentan con oferta suficiente. El efecto succión mental que ejercen ciertas zonas de Pamplona sobre cierto tipo de clientela de hostelería me resulta incomprensible, pero oigan, a ellos igual les resulta incomprensible que yo prefiera estar al sol y solito en una mesa de una acera de un bar de Burlada comiéndome un frito de gamba. La vida es un misterio y cada cual la rellena como quiere. Me parece muy bien. De hecho esto ya ocurría antes de la pandemia, con el famoso efecto llamada que ejercen determinados establecimientos que se ponen de moda y pasas un día por delante y ves al personal en sexta fila levantando el dedico casi de puntillas sin poder respirar para llamar la atención del camarero y cuando le ve le dice con un hilo de aire: ¡dos cola-colas, una caña y dos zuritos! Y piensas: mi puta vida torera, estás a punto de fallecer aplastado para pedirte lo mismo que tres bares más allá te lo pides haciendo break dance y por tres euros menos, además. Pero, bueno, lo dicho: líbreme el altísimo de juzgar, allá cada cual. Eso sí, quizás habría que darle una vuelta al hecho de que quien tiene terraza salva el pescuezo y quien no la tiene no, puesto que, además, se provocan embudos y mogollones que quizá sea lo que hay que evitar. Ayuntamientos y gobierno deberían darle muchas más vueltas y alternativas a esto. Y la propia hostelería.