yer me llegó una invitación para la presentación de un libro. No iré, claro. No por nada, sino porque no puedo. Si pudiese tampoco iría, dicho sea de paso. Justo justo fui cuando las presentaciones eran de mis libros, así que ya me dirán si son de otros, aunque a decir verdad iba incluso más agusto, no tenías vergüenza ajena ninguna que pasar. ¿Qué vas a contar de algo que has escrito? Coño, pues nada especial, está ahí puesto, quien quiera que lo lea. A la gente en cambio a mucha le da para una encíclica. De hecho, hay autores y autoras que son mucho más brillantes explicando qué escriben que el propio libro que han escrito. Y músicos y artistas varios, claro. Las explicaciones lo aguantan todo. El caso es que hace tiempo que no voy a eventos de esos, aunque nunca he sido de ir y lo cierto es que si me han invitado ha sido más por amabilidad. Pero a las que me invitan no voy. Vivo en mi tupper y voy tirando. Y creo que hay ya demasiados libros. Libros por todas partes, cientos, miles de libros editados y autoeditados y pagados por Planeta y con seudónimo y sin él. Y muchos escritos por respetabilísimas personas que abres la primera hoja y se te cae el libro a los pies. Y muchos que lo mismo pero con una campaña de publicidad detrás colosal, que no sabes qué es peor. De cualquier manera, publicar libros no hace daño a nadie, pero desde fuera da la sensación de que nos vamos a ahogar, si no estamos ahogados ya. Recuerdo que cuando tenía la librería, hace ya más de 20 años, salían en España unos 60.000 títulos al año. Casi 200 al día. Ahora ya ni sé. Deben ser cientos de miles, algunos maravillosos, obvio. Dentro de poco se podrá ir a presentaciones de libros que no se hayan escrito pero que el autor tenía en su cabeza. Lo explicarán y el libro comenzará y acabará con la propia rueda de prensa. A eso igual sí voy a alguna. Libros imaginados y que nadie escribió.