Una de las lecciones que hemos aprendido o, mejor, recordado en la quincena musical -pitan los oídos- dedicada a Alsasua es que ciertos preclaros españoles no conocen esa España que tanto vindican. Ni de lejos. Ni en el mapa. Ni de cerca. Por eso hemos leído y oído afirmaciones que no merecen un análisis político sino geográfico, y hemos asistido a un teatro del absurdo en el que a ratos el pueblo era vasco sin ser vasco, a ratos navarro sin ser navarro, y en ese plan. Yo creía que el lío lo teníamos nosotros, pero está visto que también abunda por ahí afuera. Cualquier analista que se precie se ha vestido estos días de antropólogo.

Cuenta el árabe israelí, con perdón, Sayed Kashua que los jerosolimitanos conocen tan poco Tel Aviv que un amigo suyo, cada vez que visita la ciudad odiada, pone en la parte trasera de su coche un cartel que reza: “Lo siento. Soy de Jerusalén”. De ese modo hasta los policías de apiadan de él si se confunde en una rotonda o se interna en el carril del autobús público. “Lo siento, soy de Getafe”, es demasiado pedir, pero no lo es tanto señalar que algunos poco saben de lo que ocurre más allá de las Torres KIO. Este hermoso conjunto arquitectónico tiene el nombre de Puerta de Europa, aunque uno a veces ignora si en verdad es la de entrada o la de salida. Y los madrileños, ya que estamos, me caen muy bien, tan bien como dicen ellos que se come en el norte.

Yo no exijo, pues, a esos fogosos centrífugos que se lean las obras completas de Pío Baroja antes de abrir la boca, pero no les vendría mal un humilde freetour on line. Y así tendrá que ser, porque venir, hasta las elecciones no han de volver a venir.