Ya finalizaron las semanas de la ciencia, aunque la gente de la investigación, la docencia o la tecnología no vuelvan a recogerse en sus centros hasta el próximo noviembre, pues seguirán con su labor callada y a menudo ignorada, salvo algún que otro fenómeno o descubrimiento. El otro día estuve en un acto de reconocimiento a la investigación que en diversas áreas, y por diferentes agentes públicos y privados, ha liderado la investigación para luchar contra la pandemia. Era un gusto ver a esas personas reconocidas en su excelente trabajo, que había además sido financiado por el gobierno foral. Declararon que desearían poder hacerlo más, siempre, pero se necesita aún más esfuerzo económico y social. Ojalá sus peticiones se escuchen, que la pandemia haya permitido ver que las crisis se previenen y se atajan con una preparación. Las semanas de la ciencia han tenido mucha reflexión sobre el mundo actual, la emergencia climática, la pandemia, la necesidad de romper las brechas que hacen de la ciencia algo menos popular de lo que debiera ser. Una necesidad cultural de una sociedad que, sin embargo, sigue demasiado a menudo mirando para otro lado. Aunque tendemos puentes, o lo intentamos. Hace unos meses, para la Semana de Música Antigua de Estella, Raquel Andueza, que ejerce de ángel como su directora, pensó que era posible contar con la ciencia en un concierto, y nos llevó a Eunate para ver el cielo con la voz de la ciencia y la música de arpa. Nos gustó tanto, especialmente a quienes pudimos hacerlo (incomparables Edurne y Joaquín) que luego nos fuimos por Álava a repetir la experiencia. Y acabamos en el Planetario bajo ese cielo que esta semana cumple 28 años. Qué experiencia. Yo como estaba en medio no puedo sin desear que esta ciencia y este arte pudieran conocerse más, todo el año.