Con el revival joseanatoniano que vive la derecha en el Estado, nunca UPN lo habría tenido más fácil para marcar perfil propio. Le bastaba con ir al mercado electoral a vender fueros frente a centralistas y liquidadores, moderación frente a radicales y una cierta idea aglutinante de Navarra, como tierra de diversidad lingüística e identitaria. UPN acaba de renunciar a un centrismo capaz de recoger adhesiones a múltiples bandas para echarse al monte popular, recuperando una alianza que quizás les asegure algún escaño más, pero que les puede traer no pocos quebraderos de cabeza en el futuro, tanto en Madrid como en Pamplona. Que Esparza haya demostrado con creces que no es el más listo de la clase no puede explicarlo todo. ¿Tiene UPN encuestas que nadie conoce que avalan la lista única con el PP? ¿O sabe ya de buena tinta que el PSN, por muchos ataques de cuernos que María Chivite intente escenificar, acabará apoyando por acción u omisión la presidencia del agoizko en caso de que les salgan las cuentas? Sin ser eso descartable, algo ha pasado, de todas formas, en el partido que durante más años ha gobernado Navarra desde la muerte del indesahuciable inquilino de Los Caídos. Lo de la beltranización de UPN, ha ido mucho más allá de la copia de un estilo estridente y mentiroso de hacer oposición. La mímesis en las formas ha acabado extendiéndose a la estrategia y al propio ideario político. Porque, así, a primera vista, la única beneficiada inmediata del acuerdo UPN-PP es la parlamentaria de este último partido, Ana Beltrán, que ve así asegurado un escaño de muy problemática repetición con los datos en la mano. Muy buenos argumentos habrá tenido que utilizar la zaragozana para llevarse a Esparza al huerto. Yo me la imagino como Kaa, la serpiente de El libro de la selva, hipnotizando a su víctima antes de comérsela entera. Beltrán se ha tragado a Esparza y éste, encantado de la vida, no se ha enterado.