Como va a estar todo el curso fuera estudiando y es responsable, nada más llegar a su destino busca un trabajo mediante la app en que suele encontrarlos. Lo bueno de esa opción es que todos los contactos se realizan a través de la página, lo que en principio da seguridad.

Es sencillo, abres la aplicación, ves la lista de ofertas y eliges. Ve que buscan chicas para eventos y en el mapa se señala la Ciudad de las Artes y las Ciencias, así que se dice: vale, azafata, clico. Y piensa en las suaves evoluciones de las belugas del Oceanogràfic.

Al rato, un mensaje le explica que los eventos consisten en atender en horario diurno a caballeros solventes para encuentros con sexo o masajes íntimos en un pisito próximo al lugar señalado en el mapa y con absoluta discreción porque, como diría García Lorca, los caballeros están casados con altas rubias de idioma blanco (o no tan altas, morenas, pelirrojas o castañas y dominando mil idiomas porque el putero es universal).

La oferta especifica que el trato con estos caballeros solventes qué asco da la expresión, ¿verdad?, es como querer legitimar y sofisticar a los tíos que te pueden comprar para usarte un rato puede reportarle unas ganancias entre los 700 y 1.200 euros semanales. Sorprendida, pregunta a la emisora del mensaje si contesta desde la app, ya que el correo no coincide, la emisora dice desconocer esa plataforma.

Más que sorprendida, manifiesta contundentemente su opinión sobre la oferta y pide que borren ya su contacto sea como sea que lo hayan conseguido. Va a la Policía. No hay delito. ¿Y la obtención de su dirección? No ha pasado nada. Nada que hacer. ¿Quién es responsable del viaje de los datos? ¿El algoritmo? Nada nuevo, tan perturbador como siempre.