Cuando el viernes escuché en la radio “15 años” no pude evitar un grito de alegría. Esas dos palabras me bastaron para saber que cinco violadores -término que ya podemos usar con todas las de la ley- estarán una buena temporada en prisión y no paseándose por ferias y playas y, aún más importante, que aquellos amargos sucesos serán por fin denominados como se merecen, tal y como muchos creímos hace tiempo.

El Tribunal Supremo ha dejado escrito para siempre que lo ocurrido la primera noche de Sanfermines de 2016 no fue sexo consentido ni abuso, fue una agresión sexual (léase, violación). Es más, los jueces estiman que la pena impuesta debiera ser muy superior de no haberse cometido un error en la calificación jurídica de la primera sentencia que se redactó en Pamplona, donde se hablaba de un único delito continuado, cuando por la pluralidad de intervinientes y de actos agresivos ha de pensarse en múltiples agresiones sexuales. La sala -como la calle- no ha tenido dudas en ver a una víctima sin escapatoria y angustiada, incapaz de enfrentarse a un grupo de hombres que se jactaba de lo que hacía, que no consintió en momento alguno y vivió lo ocurrido desde la intimidación y el sometimiento. Después de tres años clamando al viento, ahora es oficial. Fue violación.