La deseada normalidad se va instalando poco a poco y por fin están abiertos los parques infantiles, podemos viajar a otras comunidades, los residentes en geriátricos disfrutan de sus primeros paseos por la calle y es posible acercarse a la barra del bar. Sin embargo, Navarra contabiliza ya 528 fallecidos por coronavirus y, tras 98 días en estado de alarma, no puede ser que el único dios de muchos sea la fiesta. Quedadas y botellones sin control, organizados por igual en cualquier jardín como en la plaza de Navarrería para hartazgo de sus vecinos, se unen al monotema que flota en el ambiente: los suspendidos Sanfermines. Al Ayuntamiento le asusta, y no es para menos, la presencia de gentío en el centro de la ciudad e insiste en que cada uno debe permanecer el 6 en su barrio, a la par que prohíbe cualquier acto alternativo. No queda otra que resignarse, aunque algunas tiendas del Casco Viejo hayan decorado sus escaparates en blanco y rojo, más de un restaurante anuncie menús sanfermineros y los hoteles tengan reservas para esos días. Por muy difícil de imaginar que nos parezca, la consejera de Salud está en lo cierto al asegurar que ahora no hay cabida para la fiesta porque es una situación de alto riesgo y un posible foco de transmisión comunitaria. Todo, antes que volver atrás.