iento referirme a otra ayusada, pero no a la cretinez patriótica de defender el español como lengua vehicular en Madrid, sino a su grandioso hospital zahúrda, el Zendal, donde los enfermos internados se deprimen cuando se enteran de que el lugar es un cúmulo de despropósitos. Un hospital inspirado, dice la IDA, en la ocupación de los pabellones de IFEMA que, era obvio, tenían una ventilación de aúpa y eran tan grandes que los enfermos se podían ir por ahí a dar una vuelta, por donde sopla el aire.

Burlas aparte, lo cierto es que con hospitales que se van ocupando a una velocidad temible o sin ellos, el país necesita eso, ventilación, mucha, no solo para que circule el aire que, al parecer, limita la posibilidad de contagio del virus de la covid-19, sino porque personajes como la citada y su pandilla de profesionales atufan el aire y lo hacen poco a poco irrespirable. Ella y su partido, por mucha evidencia que ninguneen y a juzgar por los procesos judiciales en marcha, expanden una nube tóxica que no siempre ni con fortuna da en los tribunales.

Ahora mismo entiendo mal que la fiscalía general, tan sensible en casos de rebeliones y demás, no se haya ocupado de investigar cuál es la responsabilidad de la IDA en las calamidades madrileñas o en su actitud ante el gobierno central en actuaciones sociales que de una manera o de otra nos atañen a todos, empezando por los fallecimientos en las residencias de ancianos y aclarar cuál fue su papel concreto en casos que pueden contemplarse a la luz del Código Penal.

Pero no solo el cotarro de la IDA necesita ventilación, sino también la Cifuentes, la famosa cleptómana que una vez dimitida se fue a París a no sé qué (si es que ella lo supo) y regresó a lo mismo, y ahora enfrenta un juicio de resultado incierto a causa de la obtención de un máster que no cursó y que testigos de cargo afirman no existe porque gracias a presiones políticas se falsificó el acta, asunto este por el que le piden varios años de cárcel. La acusada dice que el tribunal que la juzgó era una reunión informal en la que no sabía bien si había hombre o mujeres o si eran tres o cuatro, como quien va a tomarse una copa rápida con desconocidos en una terracita madrileña. El rector muerto se lleva la peor parte y carga con la responsabilidad de los salchuchos. Muy honorable todo, mucho.

Opino que todo lo declarado es un insulto a los miles de jóvenes que se esfuerzan en másteres caros y duros, o en doctorados de años y deben defender sus tesis ante un tribunal con rigor formado. La defensa de una tesis o de un trabajo de máster no es una reunión de amiguetes, quienes juzgan esos trabajos no son convocados a charlotear y a hablar por encima de lo que se trae entre manos el doctorando, como pretende la Cifuentes a quien por lo visto su larguísima vida de la política profesional le ha convencido de que puede hacer lo que le dé la gana y estar por encima de los demás mortales. Será por eso que ella gozó de una cómoda excepción para cursar un máster que no ha dejado otro rastro que el de ser fantasmal€ De la misma forma que el juez que se encargó del caso del máster de Casado evitó que este tuviera que enfrentar algo parecido a lo que la Cifuentes enfrenta, en relación a la pintoresca calidad de los títulos universitarios que el paladín pepero exhibe.

Casualidad que la defensa de Cifuentes eche mano de la empresa informática del asesino de Yolanda González en 1980. Entre profesionales anda el juego. Tufo, tufo a podre, a una podre nacional que no hay ámbito que no haya envenenado.

Ventilación, mucha, cada día más necesaria y no solo por el virus, sino por una cosa publica que se ha venido enrareciendo de semana en semana en el último año entre el virus, los berridos de extrema derecha y las inclemencias del tiempo que están siendo muchas. Entre tanto, el milagro y el enigma de que todavía el país, en lo cotidiano, pese a la avalancha imparable de casos aislados de desfachatez, funcione€ o algo parecido.