“esto es un terremoto y no lo de Yesa”, fue el primero de los innumerables mensajes que recibí ayer nada más hacerse público el Navarrómetro. E inmediatamente después me llegó otro whatsapp que se interesaba por la fiabilidad de este sondeo. En cuanto al primero de los asuntos, es evidente que nos encontramos ante el final de un ciclo político. Cuarenta años duró el franquismo y casi otros tantos va a estar vigente el bipartidismo, que tiene los días contados, mientras se reparten cartas para jugar otra partida con una baraja nueva.
Quizá sea más interesante profundizar en la segunda cuestión. Los navarrómetros realizados en 2006 y 2010 estuvieron bastante cerca de atinar lo que decidió la ciudadanía meses después en las urnas. Pese a que ambos estudios demoscópicos se hicieron con la dificultad añadida de tener que medir de alguna manera el apoyo que iba a concitar la izquierda abertzale a través de la abstención, en el caso de 2007, o sin saber si iba a estar en las instituciones, en 2011, los dos sondeos nos mostraron una fotografía muy parecida de lo que era la realidad. Es verdad que en las dos ocasiones le dieron a UPN menos intención de voto de la que obtuvo, pero el desvío fue de entre uno y dos escaños. Y algo similar sucedió con el resto de fuerzas. De hecho, el mayor error de la encuesta se redujo a no vaticinar la caída de tres escaños que sufrió el PSN, que bajó de 12 a 9 en las pasadas elecciones.
Ahora, sin embargo, ante la irrupción de Podemos se ha empezado a extender la idea de que el estudio no está bien hecho y de que hasta mayo hay tiempo para que cambien las cosas. Lo dicen quienes se niegan a ver una realidad que no les conviene y como si aquí no hubiera pasado nada desde que se votó por última vez en las elecciones forales. Y claro que han pasado cosas. Si no que se lo pregunten a UPN, cuya candidata ha dado la espantada; al PSN, cuyo líder ha tenido que irse; o al PPN, que está regido por una gestora desde que dimitió su presidente en julio.