El debate UPN-Bildu
sorprende, aunque solo hasta cierto punto, que Esparza haya recogido el guante lanzado por Araiz para mantener un cara a cara preelectoral. Y digo que sorprende porque, de entrada, la aceptación de este debate es un síntoma de la debilidad con la que UPN afronta la cita con las urnas del mes que viene. Consciente de que la continuidad de su partido en el Palacio foral peligra más que nunca, el candidato regionalista se presta a participar en un rifirrafe que a ninguno de sus antecesores se les pasó por la cabeza protagonizar, entre otras razones por lo que implica de tener en consideración al adversario. No obstante, dialogar siempre es positivo y que lo hagan dos formaciones tan antagónicas, todavía lo es más y supone hasta un paso más hacia la ansiada normalización política.
Sin embargo, el punto de partida de este debate me parece que no es el mejor para los intereses de ninguno de los dos. Mientras Araiz se ha ofrecido a hablar -entre otros temas- del pasado, de la resolución del conflicto y de la corrupción, Esparza se ha limitado a señalar que tiene muchas ganas de sentarse con el cabeza de lista abertzale para “decirle a los de Bildu cuatro cosas a la cara”. Mal empezamos. Porque si lo que pretenden ambos es tirarse los trastos a la cabeza, disponen de munición en abundancia no solo para un debate, sino para un serial de telenovela latinoamericana. Otra cosa es que de esta pelea cuerpo a cuerpo vayan a obtener los réditos electorales que persiguen, sobre todo si ambos se dedican a zurrarse con asuntos del pasado y olvidan en el cajón las propuestas resolutivas que demanda la sociedad. Por eso, sorprende todavía un poco más que surjan voces de otros partidos que expresen su malestar por quedar excluidos de este debate. Cuando se anuncian ráfagas de fuego cruzado, seguramente resulta más beneficioso ver los toros desde la barrera y dejar que ellos solos se saquen sus desvergüenzas a la superficie.