Cien días después del democrático e higiénico desalojo de la derecha del Palacio foral, la sociedad navarra vive con absoluta normalidad el relevo en el poder. El nuevo Gobierno habló de implementar un cambio tranquilo, integrador y sin revanchismo, y a ello se está aplicando, sorteando las dificultades propias del recién llegado. De momento, ha abierto las ventanas de la Dipu para que corra el aire, mientras hace recuento del alcance del estropicio de décadas de una forma de gestionar la Comunidad tan insoportable para la mayoría de la sociedad como insostenible desde el punto de vista económico. De hecho, la herencia recibida del regionalismo se manifiesta con toda su crudeza en la pesada losa que ha dejado UPN en las cuentas de Navarra. Son unos 200 los millones de gasto comprometido para las próximas décadas entre intereses de deuda, incomprensibles peajes en la sombra y otras juergas que ahora nos toca pagar a escote. Lo acojonante de todo esto es que el presidente de la UPN coaligada otra vez con el PP, Javier Esparza, se atreva a cargar contra todo lo que ha hecho el Gobierno en estos tres meses e incluso le impute el incremento del paro en 100 personas de acuerdo con los datos de la EPA del tercer trimestre. Más tibio en la crítica es el PSN, que sin embargo asegura que este no es el cambio que quiere Navarra. Una aseveración que se cae por sí misma, ya que María Chivite olvida el pequeño detalle de que las siglas que respaldan al Gobierno alcanzaron la mayoría en mayo con 160.352 votos y simplemente están tratando de satisfacer el mandato que les otorgó la ciudadanía para llevar a la práctica lo que están haciendo. Las críticas que recibe el Ejecutivo de Barkos de quienes han llevado la comunidad a esta delicada situación no son sino el mejor termómetro para medir que las cosas se están haciendo bien, y que debería seguir con las ventanas abiertas para que siga corriendo el aire y se ventilen todas las dependencias del Gobierno, que falta hace.
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