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Atados a la vida

En julio del año pasado, un informe de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología constataba que al menos el 66% de los ancianos ingresados en residencias permanecen atados durante horas; así mismo, denunciaba el uso masivo de sedantes, todo ello bajo el argumento de evitar caídas o vagabundeo errático. En la madrugada del pasado martes, cuatro ancianas perecían ahogadas al inundar el agua de un río desbordado el semisótano en el que dormían. Ninguna de las cuatro estaba atada; por contra, tres residentes salvaron la vida al flotar sobre los colchones a los que estaban amarrados. Dejando al margen en este suceso una relación causa-efecto difícil de establecer y de sostener, vuelve a cobrar actualidad el citado informe y las condiciones en las que algunas residencias tienen a los ancianos.

Durante unos meses viví de cerca la actividad de uno de estos centros. Dos cosas me llamaron la atención sobre el resto: el elevado número de personas ingresadas (había lista de espera) y la escasa plantilla de empleados que pululaba por unas repletas dependencias. Ese desequilibrio se reflejaba en un aparente abandono (daba la impresión de que los ancianos estaban aparcados en una sala, al sol o delante de un televisor) y en evidentes signos externos de estrés entre los trabajadores. No llegaban a todo. Eso de día, cuando los familiares acuden de visita; es fácil de imaginar cómo transcurriría la noche, con desorientación, con otras necesidades, con los mismos internos y menos personal. Recurrir a contenciones o sedantes en los casos más difíciles de controlar se ve que es común, pero implica, como ponen de manifiesto los especialistas, la obligada supervisión cada dos horas de asistentes cualificados.

Ayer mismo conocimos que España es el segundo país con mayor esperanza de vida, solo superado por Japón. Esa longevidad acaba derivando, entre otras cosas, en cargas familiares. Y los ancianos que no pueden ser atendidos en el hogar tienen el amparo de las residencias, instituciones en su mayoría muy caras para las economías familiares, se entiende también que por los gastos que requiere la atención de los ingresados, todos con alguna patología a cuestas. Algo más que ajustar precios a las rentas tendrán que hacer las administraciones para que las residencias no sean lugares donde acabar la vida hacinado o atado horas y horas a la vida en una cama.