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La perdiz, a punto de vomitar

Si algún partido se caracteriza por marear la perdiz ante la toma de decisiones, ese es el PSOE tanto en su vertiente estatal como en las autonómicas. Por aquí tenemos todavía reciente en la memoria el monumental fiasco de 2007, popularmente conocido como el agostazo, y el amago de moción de censura a Barcina de 2014, bautizado de marzazo. Con estos antecedentes, no cabe ninguna duda que esperar que la gobernabilidad del Estado se resuelva con un acuerdo con las izquierdas suena a pura ensoñación. Como también cuesta entender por qué 90 días después del 20-D no se ha avanzado ni un centímetro en la conformación de un gobierno. Desde la misma noche electoral el resultado no admitía otro análisis que no pusiera el centro de la resolución en Ferraz. Pero los socialistas, lejos de poner sus cartas boca arriba y expresar con claridad cuáles son sus intenciones, han puesto en práctica su ya clásica estrategia dilatoria. Primero, pasaron las Navidades zurrándose entre ellos hasta el punto de que Patxi López tildó de “lamentable” el espectáculo que estaban dando. Después, aceptaron una mesa negociadora a cuatro que ellos mismos reventaron al firmar por sorpresa un pacto con Ciudadanos que no llevaba a ninguna parte, como quedó demostrado en la esperpéntica investidura de Pedro Sánchez. Y ahora, nadie sabe ya a ciencia cierta qué pretende el PSOE.

La ciudadanía, entre tanto, toma cada vez mayor distancia con este aburrido culebrón. Y tiene motivos para hacerlo. Al fin y al cabo, son los ayuntamientos quienes se encargan de los servicios más cercanos y son los gobiernos autonómicos los que prestan los esenciales. Por eso, la mayoría de la población prefiere tener al Gobierno del PP en funciones y sin adoptar apenas acuerdos, que utilizando su mayoría absoluta para fulminar derechos adquiridos durante años.

A todo esto, la perdiz soporta ya un mareo que en cualquier momento la vamos a ver vomitar. No es para menos.