No es país para químicos
Entrevistan en un programa deportivo a Ainhoa Tirapu, la portero navarra del Athletic, campeón de la liga femenina de fútbol. El conductor del espacio se interesa por sus estudios. “Soy licenciada en Químicas”, responde la futbolista. “¿Y en dónde trabajas?”, le inquiere el periodista. “Soy reponedora en una gran superficie. Es lo que hay para mucha gente de mi generación...”, completa la deportista. Estos días que cientos de estudiantes pasan el trago de las pruebas de Selectividad -dicen que las últimas, pero ya veremos...-, las palabras de la licenciada solo vienen a constatar una triste realidad: no hay trabajos a la altura de una generación que acredita una alta preparación. Guardo en mi mesa de trabajo carpetas con currículos de estudiantes -recién graduados ahora o licenciados hace años- que acreditan una intensa formación, con periodos de aprendizaje en el extranjero, dominio de idiomas, conocimientos informáticos y algún que otro máster. Ahí hay mucho dinero invertido por las familias, las mismas que estos días atrás han pasado delante de esas puertas de habitación cerradas a cal y canto durante horas, que en la madrugada dejan escapar a ras de suelo un reflejo de luz interior y que han soportado estados de ansiedad o malhumor de hijos o hijas que encaran ahora un examen que, dependiendo de la nota, va a orientar su futuro académico y quizás profesional. Pero la experiencia también enseña que muchos de ellos ni acaban la carrera que comienzan o, lo que es más frustrante todavía, terminan trabajando y encontrando su sustento en áreas profesionales que nada tienen que ver con lo que han estudiado. Y casi nunca recibiendo una remuneración que esté a la altura ni del capital familiar invertido en sus estudios o de su nivel académico. Así que nadie se extrañe de esta fuga masiva de talentos al extranjero a la que tendrá que ir poniendo coto el nuevo Gobierno que salga de las urnas. A no ser que quiera un país de reponedores en lugar de buenos químicos...