Nos deja más tranquilos Felipe González. Ahora ya sabemos que el caso de los ERE falsos en Andalucía, Filesa, la aportación millonaria de Flick al PSOE, los casos Guerra o el más próximo de Urralburu, por poner solo unos ejemplos que salpican a su partido, no escondían ninguna trama de corrupción: eran simples descuidos. El en otro tiempo líder de la izquierda progresista y ahora oráculo de poderes fácticos y azote del rojerío y del independentismo predica desde su púlpito que no existe un fenómeno de corrupción política en España y que lo que se ha producido es “un descuido generalizado”. No entiendo si cuando utiliza el sustantivo descuido pone el acento en la falta de interés de quienes deben prestar atención a las tareas que realizan o tienen encomendado vigilar; o, por contra, señala a gentes concretas a las que puede atribuir el adjetivo descuidero: persona que roba aprovechando descuidos. Lo que dice González apunta a lo primero; lo que está pasando, sin embargo, es lo segundo.
La política (y otras actividades en las que el dinero ajeno corre sin control y con mucha alegría) está llena de descuidos protagonizados por descuideros. Ahí están esas cajas B que financian de forma irregular la actividad de partidos como el PP, que alimentan el desarrollo de campañas electorales de legislatura a legislatura, pero de los que ningún alto cargo dice conocer su existencia quizá, como insiste González, por esa despreocupación tan arraigada en la clase política o porque es mejor mirar para otro lado. Llega un momento en el que tanto descuido provoca amnesia.
Habría que recordarle a González que cuando algo insano se extiende deriva en epidemia. Y así, nos encontramos tanto con la corrupción a gran escala, con tramas bien urdidas, o con esos episodios individuales de diputados, que rayan la picaresca, cobrando por sesiones a las que no asisten. Pero también hay otro descuido: el del votante que renuncia a ejercer su función de control y sigue confiando su voto a esos partidos llenos de descuideros. Ese descuido también es reprochable.