La mayoría de las personas aspiramos a trabajar haciendo aquello que nos gusta. Una aspiración que no debería ser un lujo sino una posibilidad real, porque si sumamos, al cabo de los años en activo invertimos en la vida laboral muchas más horas y energía que en las otras vidas en las que desparramamos nuestro tiempo. También es cierto que hacer lo que te gusta y llegar a ganar dinero con ello es una cosa, y otra distinta es que todo encaje laboralmente en un entorno placentero. Puede ocurrir que al que le gusta cocinar no soporte el ritmo de una cocina o lo que en ella se cueza más allá de los fogones y que acabe, por qué no, montando su propio negocio donde saboree realmente el placer de un plato bien hecho. Y así con muchos oficios y profesiones que al menos desde fuera dan esa sensación. Eso es lo que he sentido escuchando a los libreros navarros que esta semana han reivindicado en positivo el valor de su oficio, el de librero, el de aquel o aquellas que viven rodeados de libros, de historias, de personajes, de mundos posibles e imposibles. Que respiran el inconfundible olor de los libros, que los tocan, colocan, ordenan, leen y venden; que conocen escritores y sobre todo a miles de lectores y lectoras de todas las edades. Es cierto que también tendrán lo suyo, las presiones de las editoriales, el pago del alquiler del local, la caída de las ventas por la presencia del ebook y la piratería... pero por encima de todo me quedo con su papel de prescriptores de lecturas, de buenas historias. Son un poco como los farmacéuticos o los médicos. Llegas a una librería y sabes que detrás del mostrador hay alguien que puede interpretar lo que sientes, lo que te pasa, lo que necesitas, lo que te hará feliz, lo que te permitirá descubrir gente nueva, lo que te enseñará lo que quieras aprender o simplemente te pondrá en las manos una historia entretenida. Porque ellos saben recomendar lo bueno, y lo hacen gratis, solo te cobran si compras el libro. Si luego lo lees o no ya no es cosa suya. Pertenecen a uno de esos oficios en horas bajas, como otros muchos que tienen que ver con las palabras escritas y que sin embargo son más necesarios que nunca ante el exceso de información sin rigor ni filtros fiables. En medio de este panorama necesitamos sus recetas y su labor, cada vez más valiosa.