dice Francisca Aguirre, poeta y reciente Premio Nacional de las Letras, que combate los estados de nerviosismo leyendo a Antonio Machado. Siguiendo su consejo en un día sobreexcitado, abro al tuntún, buscando un poco de sosiego, las Poesías Completas y leo: Yo he visto garras fieras en las pulidas manos;/ conozco grajos mélicos y líricos marranos?/El más truhán se lleva la mano al corazón/y el bruto más espeso se carga de razón. Y será que la lírica tarda en hacer efecto en el ánimo (media hora, dice la octogenaria autora en su caso), pero muy tranquilo, la verdad, no me ha dejado el verso este. Al contrario, me remueve por dentro. Será que la poesía, como algunas medicinas, hace un efecto diferente según el organismo que lo absorbe o lo que es bueno para ti no tiene por qué serlo para mí (si no es un nolotil, claro). Pasa como con el debate entre los tratamientos médicos y la homeopatía: conozco gente que profesa una fe ciega a los productos homeopáticos porque le arreglaron aquello para lo que los fármacos no terminaban de proporcionar un remedio solvente. No era una cuestión de vida o muerte, pero era su dolencia y allí se acabó: y lo repite siempre que surge este debate, ahora de más actualidad que nunca. En realidad, cuando nos sentimos mal, cuando nos asaltan virus, infecciones o molestias físicas, lo que buscamos son remedios inmediatos, ya sea en sobres, ampollas, cremas o en pastillas, automedicarse en ocasiones y si no puedes acceder a la obligatoria receta incluso recurriendo a la compra en el mercado de internet, que de todo hay. Yo, desde luego, lo que recomiendo es consultar al galeno o, en caso contrario, seguir el radical consejo de un amigo: “Yo no voy al médico para que no me saque algo?”. En fin, mejor leer a Machado que atiborrarse de lexatin para combatir estados de desasosiego: Y no es verdad, dolor, yo te conozco/tu eres nostalgia de la vida buena. Medicina para el alma. No se vende en farmacias ni en parafarmacias.