arto de las mil especulaciones (a falta de certezas) que deben aprender sobre eso, un alumno de filología griega hizo un chiste sutil: "La Iliada y La Odisea no las escribió Homero, sino un tipo que se llamaba igual...".

Y en ésas estábamos cuando se descubre que tres maromos han publicado varias novelas -con un gran éxito de ventas-, con el seudónimo de una mujer. Y se lía parda. Como si la literatura no fuera el mundo por excelencia del artificio y las ficciones dentro de ficciones. Como si no fuera interminable la lista de escritores y escritoras que lo han hecho (para sortear la misoginia o el racismo; para tirar la piedra y esconder la mano; por pura broma literaria; por no desprestigiarse con malas novelas; o a veces, como ésta, en busca de un nicho de mercado tan peculiar como el del reciente boom de escritoras españolas de novelas de misterio). O como si eso tuviera algo con ver con la literatura de verdad (solo hay de buena o mala calidad; lo demás es irrelevante) y no con la venta de la literatura, que es solo marketing.

"Es que se hacen pasar por una mujer para vender más. Es publicidad engañosa...", dicen los detractores del trío calavera. Sí, es evidente. Lo que no sabemos es si es censurable. Porque si lo es... ¿qué decimos de El Corte Inglés, que se inventó al diseñador Emidio Tucci porque suena muy chic y muy diseño italiano? ¿Y de esos autores que firmaban Silver Kane y Keith Luger sus respectivas novelitas del Oeste, porque con nombres tan molones vendían mucho más que si firmaban con sus nombres: Francisco González y Miguel Oliveros? ¿Y de ese poeta romántico que se inventó Tim Powers, que mandaba sus poemas a una revista? ¿Y de los que se ponen nombres artísticos en vez de los suyos reales? ¿Y de la banda Porcupine Tree, con música de Steven Wilson y músicos imaginarios, a los que el propio Wilson inventó atractivas y muy rockeras biografías salvajes?

En fin, y por resumir: si alguien descubre que vende más novelas o más ropa si dice que las han hecho mujeres o italianos -obviamente, sin cometer la estafa de atribuirlos a escritores o modistas reales-, ¿el problema es del vendedor o es del comprador? ¿No sería más lógico y sensato aparcar las autorías y fijarse simplemente en si esas novelas y esos trajes tienen calidad?

Si alguien descubre que vende más novelas o más ropa si dice que las han hecho mujeres o italianos, ¿el problema es del vendedor o del comprador?