entirse joven y verse mayor resulta una jodienda, como bien saben mis coetáneos. Pero ese malestar no debe tener parangón con ser joven y verse en el paro sin remisión, como les ocurre a casi 9.000 navarros menores de 30 años en edad de trabajar. Un segmento de la población que padece una tasa de desempleo del 30%, la mayor desde 2016, y que atisba el final de la pandemia en absoluta dependencia respecto de sus mayores. La desesperación cunde entre esa desdichada gente cuando debiera empezar a cumplir unos sueños que se desvanecen por falta de recursos propios. El principal, el de realizarse con una actividad suficientemente satisfactoria y mínimamente remunerada. Como premisa de la ansiada independencia, primero económica y luego vital con el acceso a una vivienda siquiera en régimen de alquiler e incluso compartida. Si el futuro se antoja terrible para los jóvenes carentes de formación o habilitados para en su caso incorporarse a sectores maduros, las perspectivas tampoco mejoran en demasía para los instruidos en oficios de mayor valor añadido. Porque con la debida insistencia muchos de estos últimos acabarán trabajando, sí, pero la pregunta es a qué precio con este mercado laboral precarizado y ya con dobles y triples escalas salariales. El drama, individual y a la postre colectivo, radica en que un joven capacitado ni por asomo va a disfrutar aquí de las mismas oportunidades que por ejemplo en Alemania, Gran Bretaña u Holanda porque no hemos aprendido como sociedad nada de esta sucesión de crisis. Y que por tanto lo mejor que puede hacer es huir pese a la fuga de talento que comporta. Una tragedia múltiple porque, además de que esa educación que se ha sufragado con nuestros impuestos ahora la van a rentabilizar los Estados competidores, se pierden contribuyentes en los tramos superiores de tributación y la natalidad se resiente más todavía. Aquí seguimos oyendo hablar a todas horas de innovación, investigación y ciencia, discursos vacíos para orejas complacientes pues la triste realidad es que los servicios priman sobre una industria competitiva, con los centros de decisión cada día más lejanos y el sector primario agonizando. Y van pasando los gobiernos, la juventud se sigue estirando en cualquier momento hasta los 40 años y los universitarios de hoy son los parados del mañana mientras la FP precisa de un impulso aun mucho más decidido. En las cabezas de demasiado joven frustrado, con una clara conciencia de maltrato social, debe estar cociéndose una revolución. Si fuera uno de ellos, hasta unas guillotinas plantaba.

Sentirse joven y verse mayor resulta una jodienda, pero ese malestar no debe tener parangón con ser joven y verse en el paro, como les ocurre a 9.000 navarros