o hay guerra buena, todas son malas, igual que son malas todas la violencias. No hay guerras con buen final, todas acaban mal. No hay guerra sin víctimas, sin dolor, sin miedo, sin destrucción, sin desesperanza. Nadie gana con las guerras, aunque algunos se crean victoriosos. Todos acaban perdiendo, algunos mucho, otros algo, demasiados todo, hasta la vida. Las guerras del presente destruyen el futuro y arrojan como arsenal todo el fracaso de las guerras ya vividas con todas las muertes, los refugiados, el sufrimiento y la pobreza que dejan a su paso. Miramos ahora a Ucrania con ojos incrédulos, como no queriendo aceptar que esta guerra llega en pleno siglo XXI al peor estilo del siglo XX, como si estuviéramos en un tiempo pasado casi irreal. Tanques, disparos, bombas contra las ciudades y sus gentes, contra las personas en definitiva en una lucha desigual entre quienes invaden y quienes tienen que dejar su hogar. Y la vemos y la seguimos desde lejos, pero muy de cerca, a través de los ojos de las personas que la están padeciendo, hombres, mujeres y niños que hace una semana tenían una vida cotidiana, quizás como la de la mayoría de nosotros y nosotras y que ahora son una cifra más a a la deriva sin más equipaje que su afán de sobrevivir. Y queremos ponerle palabras, pero no alcanzan, y nos movilizamos con toda la solidaridad de la que somos capaces, pero tampoco alcanza y vemos a los personajes, que no personas, que han desencadenado este triste conflicto bélico y quisiéramos que no formaran parte de nuestro mundo, que no fueran reales sino marionetas de un guión que se pudiera cambiar. Pero están. Y son quienes mueven los hilos. Están sentados en sus mesas imposibles, en ese diálogo que tampoco alcanza para salir de la guerra y avanzar hacia la paz, embarrados en un afán destructivo y amenazante que nadie sabe a ciencia cierta donde puede acabar. Y hemos vuelto al lenguaje bélico, en los medios y en la sociedad. Guerra en toda su magnitud que va de las palabras a los hechos, en lugar de apostar por el lenguaje pacifista, por alentar desde la palabra, como la única arma posible para alcanzar la paz, para lograr el entendimiento ente diferentes. Ningún disparo cura y ninguna palabra mata, por muy duras que sean. No hay guerra buena y esta es especialmente mala, porque nos pilla de cerca, aunque la veamos de lejos.

Miramos ahora a Ucrania con ojos incrédulos, como no queriendo aceptar que esta guerra llega en pleno siglo XXI al peor estilo del siglo XX, como en un tiempo pasado irreal