a puesta en marcha del curso político trae deberes retrasados en el Estado y resulta complicado entender que la experiencia de la primavera no vaya a servir para cambiarle el tono al funcionamiento de los partidos e instituciones. En Navarra comienza un ciclo nuevo con el arranque del curso político -Uxue Barkos avanzó ayer las prioridades de Geroa Bai en el ámbito económico, social y fiscal y dejó claro el compromiso con el Gobierno de coalición de Chivite-, y los mimbres suficientes para un escenario de estabilidad. Pero en lo que respecta a las instituciones del Estado, la dinámica no parece haber variado y el reto de supeditar los intereses particulares al bien común parece seguir lejos. El presidente Sánchez ha querido tomar impulso para sus contactos con las fuerzas políticas de cara a asegurarse la aprobación de sus presupuestos pero la conclusión de su cita con empresarios y sindicatos no puede ser un mero recado a la oposición. Sobre la mesa del diálogo tienen que estar los aspectos de su gestión y los recursos para afrontarla que resulta imperioso blindar de la pugna partidista. La protección sanitaria, la reactivación de la economía, la garantía en la formación y la protección social deben quedar en un estadio superior al mero rifirrafe que augura el cruce de reproches, auténtico esgrima de salón, que ha caracterizado las últimas semanas entre gobierno y oposición y, sorprendentemente, incluso dentro de la propia coalición de PSOE y Unidas Podemos. No es de recibo que pretenda construirse un horizonte político en el Congreso en torno a una moción de censura, como pretende Vox, o que la necesaria mayoría que apruebe el presupuesto vaya a depender de una serie de gestos y prácticas recentralizadoras, como hace temer la postura tradicional de Ciudadanos. Ni la indolencia de Pablo Casado, cuya aportación a la superación de la crisis que se vive ha sido cero, hasta la fecha. Sánchez tiene la ocasión de acreditar un liderazgo político más allá de la tramoya y desenvolver de frases afortunadas pero sin efecto su relación con el resto de fuerzas políticas. No tiene la fuerza legitimadora de una mayoría y debe entender que el momento no admite flirteos en todas direcciones en los que la táctica sustituye a la eficiencia. La estabilidad que requiere el momento no saldrá del enésimo paso por las urnas, de modo que deberá sustentarse en el actual escenario parlamentario. Toca asentar confianzas.