La Comunidad Autónoma del País Vasco celebró ayer con actos institucionales el Día de la Memoria, en el que las víctimas de todas las violencias políticas sufridas por la ciudadanía vasca ocupan el centro y son emblema de la deslegitimación de todas ellas. La jornada no contó con el consenso debido, como apenas once días atrás no dispuso de él el celebrado en Navarra en memoria de los represaliados durante la Guerra Civil y la dictadura posterior.
Se hace incomprensible que existan desmarques de matiz ante un mensaje de nítido rechazo a la amenaza, la coerción y el uso de la brutalidad como mecanismo político en una sociedad que se apoye en derechos y libertades. La trampa del relato de la equidistancia, que en el pasado sirvió para no reconocer que el dolor de todas las víctimas es dolor injusto, con independencia de su victimario, ha evolucionado ahora hacia el discurso de la ocultación de las responsabilidades de los violentos por el mero hecho de reconocer a sus víctimas junto a las de otro signo político. La ciudadanía ha dicho muy claramente que le repugna el uso de la coacción en su nombre, que es capaz de compartir el dolor de los acosados sin mirar las razones de sus acosadores. No hay ocultación de crímenes ajenos en reconocer que ETA asesinó con crueldad con fines políticos ni en declarar que desde otra perspectiva política se practicó la misma crueldad desde los aparatos del Estado durante y después del régimen anterior. Unificar o separar la explícita condena y la explícita solidaridad no reduce la necesidad de compartir la memoria de todas las memorias, el dolor de todos los dolores y la denuncia de la injusticia de todas las injusticias. Hay una peligrosa manipulación del relato que puede hacer presa en una generación que no ha vivido los fenómenos violentos del pasado.
Una frivolización o un maniqueísmo que conlleve que alguien vuelva a pensar que existen violencias asumibles, justas incluso. Condenarlas todas es central y participar en esa condena sin patrimonializarla, imprescindible. Y es tristemente evidente que persisten quienes tienen dificultad en rechazarlas todas por igual. Ninguna violencia gana legitimidad por comparación con otra y ninguna víctima la pierde según su victimario. La vileza de la violencia es el verdadero relato de memoria si hay auténtica convicción democrática.