Casi nadie pensaba que podría ocurrir una amenaza de esta índole. Y aún todavía nos parece una pesadilla. Nunca habíamos afrontado una amenaza de esta índole, dicen que ni siquiera con la gripe de 1918, porque la globalización, el modelo de desarrollo actual que propicia un crecimiento económico ilimitado, y la pérdida de biodiversidad y del deterioro de los ecosistemas, repercuten en tiempo real en cualquier barbaridad que se haga en cualquier punto del planeta, tales como los mercados de especies salvajes. Por eso, no deberíamos volver a lo mismo. Pero, para ello, hay que cambiar de rumbo. Por ejemplo, esta pandemia debería haber dejado claro que la sanidad es nuestra infraestructura de vida. Y que no podremos vivir permanentemente del heroísmo de sanitarios y sanitarias que enferman masivamente por falta de equipamiento. Habrá que invertir prioritariamente en sanidad pública, que es nuestra salvaguardia de vida. Y la inversión a realizar debe ser cuantitativa y cualitativa, en material, en equipamiento hospitalario, en atención primaria, en educación del conjunto de la población, en investigación, en remuneración de los sanitarios y sanitarias. y en formación del personal sanitario en general.

Ahora se pone en evidencia, más allá del sistema sanitario, la necesaria prioridad de lo público en la organización de la economía y la sociedad, donde se ponga siempre por delante el bien público. Y hay muchos ejemplos, pero por escoger, voy a hacerlo con uno que clama al cielo. Así, se ha podido constatar la necesidad imperiosa de atención a los mayores, a muchos de los cuales se deja en situación de extrema precariedad cuando las familias no pueden ocuparse de ellos. En parte por la privatización de las residencias, que muestra que la lógica de ganancia no se adecua a un cuidado esencial en personal y equipamiento. Pero también en la asistencia pública residencial porque los recortes presupuestarios y la negligencia de algunas instituciones han abandonado a su suerte a nuestros mayores, como demuestra el altísimo porcentaje de defunciones registradas durante la pandemia. Sólo una intervención pública masiva, no únicamente en gasto, sino en gestión, puede evitar que esto se repita.

Podemos reducir mucho las emisiones contaminantes y de gases de efecto invernadero, impulsando un nuevo modelo de movilidad con menor impacto sobre el medio ambiente y de menor derroche energético, con un peso mucho mayor de la movilidad no motorizada y del transporte público. De esta forma, combatimos el cambio climático, que no se olvide es la gran amenaza de nuestro futuro y mejoramos la calidad del aire, y por lo tanto la salud. Ya empiezan a publicarse los primeros estudios que relacionan la contaminación con el impacto del coronavirus. Nada sorprendentes, pues la evidencia en este sentido ya era abrumadora antes de la aparición de esta enfermedad. Con un aire más limpio disminuirán las alergias y las afecciones respiratorias, con lo que los virus lo tendrán más difícil.

Sin embargo, existe el riesgo de que la falta de planificación, de voluntad política o la presión de los lobbies nos traigan los peores escenarios de incentivo del vehículo privado en detrimento del transporte público. Una salida de estas características sería una catástrofe ambiental y para la salud pública. Es el momento de que las distintas administraciones públicas den un paso adelante y garanticen recursos para el transporte público incluyendo infraestructuras y ayudas al transporte sostenible, y en especial a la bicicleta.

Tenemos que mejorar nuestra soberanía alimentaria, fomentando los circuitos cortos y de proximidad, garantizando los productos frescos, y fomentando la producción y el comercio local. De esta forma, además, contribuiremos a mejorar la vida de nuestros agricultores y ganaderos, comeremos más sano y conservaremos nuestros paisajes rurales y naturales.

Volveremos al medio natural, pero es necesario que seamos conscientes que, cuando salimos al campo, debemos de cambiar de actitud hacia la naturaleza, y no seguir deteriorándola. No debemos pensar que uno o una puede hacer lo que le viene en gana. Tenemos que ser conscientes que nuestra forma de actuar en ella, es muy importante.

Aunque parezca una contradicción, el mismo confinamiento nos ha podido acercar algo más a los orígenes. La naturaleza, como dice el refrán, es sabia. Un ejemplo muy claro está en los pájaros. Muchas ciudadanas y ciudadanos hemos visto, sorprendidos, cómo se acercaban a nuestras ventanas aves en las que nunca habíamos reparado. Gorriones, mirlos, golondrinas... No es que haya más. Es que antes no los oíamos y no se dejaban ver. Con la pausa de la actividad humana, los pájaros viven con menos estrés y conquistan nuevos espacios. Su canto es diferente, porque con el ruido urbano tienen que cantar más agudo y más fuerte, y viven con menos interrupciones. De hecho, la naturaleza en general vive más tranquila sin nosotros.

La soledad de las calles, sobre todo en las semanas en que el confinamiento y el estado de alarma fueron más estrictos, ha propiciado también que los animales que viven cerca se pasearan curiosos. Hay imágenes muy vistas por su belleza o por su excepcionalidad, con determinados animales que no se ven cotidianamente por las calles de muchas ciudades y municipios. Este fenómeno, sin embargo, no es la "reconquista del mundo animal frente a los humanos", como se vende en muchas redes sociales. Es, simplemente, que estos animales exploran espacios que ahora están tranquilos. Muchos expertos lo ven como un espejismo que desaparecerá cuando la maquinaria social y económica vuelva a girar.

La constatación de que necesitamos la naturaleza para vivir mejor debería convertirse en un compromiso real para protegerla. Si, cuando acabe el confinamiento, salimos todos al acoso y derribo, no habremos aprendido nada.

Todas y todos unidos contra el virus es algo más que un mensaje y deberíamos dar el impulso necesario para cambiar de rumbo.