Puro realismo mágico. En Sangüesa, como en Macondo, casi todo es posible si uno tiene cintura para sincronizar la lógica con el disparate. Pon que los gigantes bailan la Jota Vieja ante la impávida mirada del clero indígena revestido de dalmática, las campanas hacen contrapunto al bombardino y los cabezudos arrean estopa echando a perder el momentico de los más ortodoxos. Y como emergida de las primeras luces de la noche, abandonando -¡por fin!- su ausencia voluntaria de cuatro años, flanqueada por sus gemelas, vuelve a la calle Mayor Chon, la compañera del inolvidable compañero profesor de matemáticas y gran amigo Paco Ibáñez. He renunciado ya a buscar en diccionarios y enciclopedias qué coño quiso decir cuando, avisada honradamente por Paco, se enteró de que nos íbamos de cena y lo dejó caer: “¿Otra vez cena? ¡Mira que sois titirros!”. No he encontrado el término en García Márquez, ni en Cela, ni siquiera en Cervantes, pero doy por hecho que quiso dejarnos caer nuestra condición de crápulas. Este titirro que hoy firma tuvo el honor el martes de abrazar a Chon y comprobar la agradable sorpresa que muchos vecinos se llevaron al verla de nuevo en la calle. Gracias, Chon, gracias, gemelas, porque hicisteis responsable a este titirro de un par de horas de gozosa memoria y entrañable recuerdo del amigo. Todo es posible en Sangüesa, hasta convertir en negro al titirro rostro pálido Ele y hasta dar con la fórmula de la eterna juventud según confidencia de Nicolás Navallas: infusión de hoja de olivo y kéfir, mucho kéfir.