las dimisiones de políticos por corrupción u otros escándalos han dejado de ser, afortunadamente un fenómeno sorprendente, pero eso no ha servido para reforzar su credibilidad. Han sido décadas con muchos de ellos plagados de comportamientos nauseabundos y emponzoñados hasta las trancas como para que la ciudadanía les recompense con su confianza plena. Superado el impacto de los múltiples casos y formas de corrupción, con cotas estratosféricas y que aún no se ha sustanciado en los tribunales, los másteres y las tesis han desembarcado en la arena política y están aquí para quedarse. Ya ha quedado claro que algunos nos empiezan a mentir ya antes de su elección, falseando, exagerando, o reconstruyendo currículos para engordar su pedigrí en una epidemia titulitis tan indigna como innecesaria. Porque en las instituciones y los cargos debe valer más su formación, entrega, capacidad, iniciativa, ética y otros valores que la carrera por ver quién atesora más orlas académicas. Sobre todo dado el escaso control y supervisión que tanto las autoridades educativas como universitarias han tenido con másteres y cursos de postgrado de Wikipedia, convertidos no pocas veces en una máquina de hacer dinero y granjearse prebendas con incipientes políticos sin escrúpulos.