que Navarra se conciba como una cuestión de Estado significa, lisa y llanamente, que se instrumentaliza cual objeto de chalaneo por los mercaderes de la política patriotera. A ese cambalache nacional se ha sumado con total impudicia Esparza, amagando con un intercambio de abstenciones en favor suyo en Navarra y de Sánchez en Madrid, una oferta descaradamente oportunista que ha tensionado a sus socios, PP y Ciudadanos. Ese trueque enunciado representa idéntica suplantación del ámbito de decisión navarro perpetrada ya por ese sector del PSOE más jacobino que dispensa al PSN un paternalismo letal al considerarlo un simple peón del ajedrez institucional panhispánico. Y lo más penoso es que en ambos casos subyace un desprecio por los votantes navarros, en particular por aquellos que en las elecciones generales escogieron a Navarra Suma como antídoto contra Sánchez y por los que en los comicios autonómicos volvieron a confiar en el PSN merced a las insistentes proclamas de Chivite contra una eventual presidencia de Esparza, incluso soslayando los reiterados antecedentes de sumisión ante UPN. Así que para todos los operadores concernidos por los contactos de impronta progresista activados en Navarra ya no se trata únicamente de procurar una gobernanza social y plural, a modo de actualización del cambio iniciado en 2015, sino de una cuestión de dignidad individual y colectiva.