Los tiempos cambian. Siempre están cambiando. Cada nueva generación asoma a la vida con unas inquietudes, prioridades y apuestas nuevas, diferentes a la de sus predecesores. Pero siempre hay un punto común en el devenir de la vida: la necesidad de encontrar un camino propio, un espacio de vida al margen de los padres. Es cierto que Navarra -con un 11%- es la comunidad del Estado con menor tasa de personas jóvenes desempleadas. Pero también lo es que el 60% de esos asalariados entre 16 y 30 años tiene contratos temporales y, en muchos casos, precarios. Un dato que vuelve a alertar del riesgo de perder una generación, precisamente la mejor cualificada profesional y académicamente y a la que se ha ofrecido, por ejemplo en Navarra, un espacio de comodidad y consumo que ahora se convierte en inaccesible. La realidad es incapaz de satisfacer las necesidades de los jóvenes, que ven cómo se alarga el tiempo de su dependencia familiar, se estancan sus posibilidades de emancipación o natalidad, desaparecen sus derechos laborales impulsados a acceder al trabajo a cualquier precio o se agranda la brecha social y se reduce la igualdad real entre quienes acceden a su ciclo laboral en normalidad y quienes quedan excluidos. El presente descubre que incluso ya es viejo el término mileurista en un mercado laboral donde 600 euros son un sueldo y donde jóvenes con buena formación no encuentran empleo al nivel de sus conocimientos. Los precios de la vivienda, incluido también el alquiler -pese al esfuerzo público que está impulsando el Gobierno de Navarra desde 2015-, y la precariedad laboral dificultan la emancipación familiar de las nuevas generaciones y reducen sus oportunidades vitales. Se han revertido los recortes y la austeridad anteriores, pero aquellas políticas han dejado un amplio páramo de dificultades añadidas para los más jóvenes. Reforzar la identidad propia, regresar al pensamiento, recuperar la duda y la crítica y la justicia social como alternativas a la frialdad de los mercados y la moral conservadora son principios contra la resignación impuesta de que hay un único modelo de organizar la economía o las relaciones sociolaborales. Aunque parezca lo contrario.