No es lo mismo un piso que un hogar. Detrás de los pisos siempre hay cifras, detrás de los hogares hay personas. Los pisos son parte de un sector, el inmobiliario, se construyen y se entregan vacíos, diáfanos espacios sin vida; los hogares son otra cosa, siempre están llenos de vida y de historias. Por eso cuesta tanto dejar un hogar, porque lo que queda atrás es parte de lo que se ha vivido. No son cuatro paredes, son todo lo que guardan. Y cuesta mucho más cuando la decisión llega impuesta por la imposibilidad de hacer frente al alquiler o al pago de la hipoteca de un día para otro. La vivienda es clave para frenar la desigualdad y para facilitar la integración social. De ahí la importancia de aplicar políticas que garanticen el derecho de todas las personas no ya a tener una propiedad, sino a tener un hogar donde vivir. Ese espacio que es tu refugio, tu casa, el lugar desde el que creces y te socializas. Sea tuyo o alquilado. La vivienda no debería ser un negocio, y menos un negocio desde el que especular, desde el que enriquecerse a costa de que otros lo pasen mal. Algo va mal en un sector cuando el mercado va por un lado y la vida va por otro, cuando un alquiler de 650 euros, como el máximo pactado ayer entre Testa y el Gobierno para dar una salida a los afectados por el cambio de calificación de sus viviendas, se considera la solución al problema y no parte de él.