o ha llegado la nueva normalidad. De la normalidad que se ha llevado por delante la pandemia de la covid-19 hemos pasado directamente a un estado de no normalidad. Ni la vida diaria, ni el trabajo, ni las vacaciones, ni la convivencia, ni el ocio... nada tiene de normal este verano de 2020. Sólo la política española permanece instalada en la normalidad de siempre. La del barullo, la crispación y la chapuza. Quizá sea la política de Madrid lo único que permitirá mantener en nuestra memoria dentro de un tiempo el recuerdo de cómo vivíamos en la normalidad de 2019. Ignoro quienes han estado en primera línea preparando y organizando la huida de Juan Carlos, pero si pensaron que el mes de agosto era un buen momento para abordar esta operación han fallado estrepitosamente. Ahora nadie quiere admitir estar implicado en este esperpento inmenso en que ha derivado la desaparición de Juan Carlos. El propio Gobierno niega ahora haber participado en ello. También dice Carmen Calvo que Juan Carlos no ha huido porque no está inmerso en ninguna acción judicial. Bueno, de momento está investigado en España y en Suiza. Y claro que Juan Carlos ha huido. En la vida no solo se huye de la Justicia o de la Policía. Se huye de muchas situaciones, personas, hechos o incluso de simples percepciones. Huir: alejarse deprisa, por miedo o por otro motivo, de personas, animales o cosas para evitar un daño, disgusto o molestia. Juan Carlos ha huido porque sus actuaciones públicas y privadas, objeto de investigación judicial y de informaciones periodísticas, estaban originando una daño de opinión pública, aún mayor del que ya arrastran, a su hijo Felipe VI y a la Corona pese a los intentos desesperados del periodismo cortesano adulador de falsear los hechos y blanquear la dura verdad. Si fue Carmen Calvo la encargada por Sánchez de representar al Gobierno en la preparación de este sainete de baja calidad en que ha derivado la salida de Juan Carlos era imposible que saliera medianamente bien. Cada vez que Calvo ha asumido una responsabilidad de calado ha terminado en un problema grave para Sánchez. Que el presidente tuviera que decir en sede institucional que desconocía el paradero de Juan Carlos, ex jefe del Estado y aún Rey emérito de España, tiene mala solución política. O mintió -parece increíble que el presidente del Gobierno desconozca donde se encuentra el ex Jefe del Estado, si ha viajado con recursos públicos y qué embajada tiene controlado su destino-, o realmente no se enteró. En cualquiera de los casos, su papel de presidente queda en entredicho. Tampoco parece creíble que Juan Carlos se haya ido de viaje privado sin más después de la carta hecha pública por la Casa Real en la que explica las razones de su marcha y la aclaración, ya a posteriori, de su abogado de que en todo caso estará a disposición de la Justicia si se le requiere. Una inmensa chapuza ante la que los ciudadanos conscientes de su condición democrática asisten indignados, los vasallos y súbditos atónitos ante el espectáculo y los cortesanos y aduladores de profesión acojonados por el temor a perder sus privilegios e impunidades. Una semana que refleja en toda su crudeza la dimensión del declive de un modelo político, institucional y socioeconómico en plena decadencia. Madrid, otra Corte de los Milagros un siglo después.