ue ante la huida de la justicia y de la opinión pública y su escondite de lujo en una infame dictadura del Golfo de Juan Carlos de Borbón un lastimoso grupo de exministros y ex altos cargos hayan publicado un manifiesto en su apoyo y en defensa de su particular idea de lo que llaman la unidad de España -todo burda e interesadamente mezclado- refleja en todo su alcance la impostura y decadencia de lo que precisamente quieren defender. Primero, la figura indefendible ya de Juan Carlos de Borbón. Han sido él mismo y sus acciones, bajo investigación judicial y periodística, las que le han llevado al descrédito social e institucional. Y, en segundo término, el régimen político que surgió en 1978 tras entregar la transición democrática al chantaje del tardofranquismo y que ahora, en pleno siglo XXI, parece ya muy lejos de ser un traspaso modélico -como nos intentaron hacer creer durante años- de una dictadura genocida a un sistema democrático. De aquellos barros, estos lodos. En realidad, los firmantes del manifiesto, con el franquista Martín Villa, Alfonso Guerra y Esperanza Aguirre a la cabeza, son en este momento histórico irrelevantes desde el punto de vista de su peso político, pero sí un compendio colectivo de las razones del desastre que vive el Estado ahora. Martín Villa aún sigue perseguido y citado en tribunales internacionales por sus implicaciones en la violencia ultraderechista y parapolicial de aquella transición -entre otros, hechos como Montejurra, Vitoria o los Sanfermines del 78-, y Guerra, Aguirre y muchos de los firmantes han acabado sus carreras políticas con investigaciones o condenas de corrupción. En realidad, se autoinculpan con el Rey emérito para defenderse así mismos. Representan un modelo de cortesanos y oligarcas que sustentaron sus vidas y sus actividades políticas en un círculo restringido en el que todo funcionaba alrededor del reparto de prebendas, el intercambio de favores, las puertas giratorias, los premios a los servicios prestados, palmaditas y risas, etcétera. Un espacio de poder opaco en el que la corrupción ideológica y la corrupción política caminaban de la mano. De hecho, todos y todas los que han firmado el panfleto con tufo neofranquista reciben una paga vitalicia a costa de las arcas públicas. Representan todo ellos un modelo nada edificante desde el punto de vista democrático. Y no representan ya -con una media de edad de más de 70 años y hombres en su gran mayoría- a las nuevas generaciones. Pero son un pasado muy actual en su miseria de corrupciones y adhesiones inquebrantables entre unos y otros para salvaguardar sus privilegios y su falsario modelo de Estado, al que han llevado a la crisis estructural de la actualidad. Juan Carlos se ha situado el solo en una pagina de la Historia del descrédito por sus hechos. Estos 70 cortesanos agradecidos y ya decrépitos -fueron parte de los poderes oscuros del régimen y por supuesto beneficiarios- apenas pasarán a esa misma página de la Historia como una bochornosa nota a pie de texto. Al menos, son muchos más los que no han firmado y también los que empiezan a asumir su responsabilidad por haber mirado a otro lado sabiendo lo que ocurría en el chiringuito. Una pequeña esperanza para la regeneración democrática que necesita este Estado. Más de lo mismo, será otro muy peligroso hundimiento.