ablo Casado se ha topado con un elemento inesperado -y preocupante para su futuro- en el diseño de su estrategia de acoso al gobierno de coalición. En la dirección del PP, el único partido condenado en firme por corrupción, se daban por amortizadas las condenas por corrupción que le costaron el puesto a Rajoy. Fiaron su capacidad de volver a La Moncloa en un frentismo desenfrenado y absurdo que impide cualquier pacto de Estado para la reconstrucción del país tras la pandemia; que bloquea la renovación de los órganos constitucionales (especialmente el Poder Judicial, que controlan y que usan como contrapoder al Ejecutivo); y que cuestiona la legitimidad democrática de Podemos como formación política y de Gobierno. El caso Kitchen, espionaje a cargo de la llamada Policía patriótica de un Interior al mando de un ministro ultrarreligioso que condecoraba a la virgen, está poniendo al PP otra vez en su sitio. En el lado oscuro del Estado. Utilizando sus aparatos en beneficio propio y para intentar tapar sus escándalos. La estrategia de Casado -que además se niega al cordón sanitario a Vox, como hacen sus colegas europeos - se ha ido al garete. Le acabará salpicando. Por eso intenta escurrir el bulto y ya ha empezado a programar actos por sorpresa y sin prensa. Como Rajoy. Que se ande con cuidado no acabe como él, sepultado por la podredumbre que sembró y consintió.