a aplicación del toque de queda se ha estrenado en Navarra con otro muy mal dato sobre el número de contagios de coronavirus, 569 personas el mismo lunes. Parece importante que la curva comience a descender de manera clara ya a finales de esta misma semana porque, como avisa Salud, vienen dos semanas complicadas y si al termino de esos 15 días la situación no ha mejorado, habrá que endurecer aún más las restricciones sin descartar nada. La realidad de la pandemia sanitaria en Navarra se muestra día a día en todo su alcance como incuestionable. Y eso hace las medidas de restricciones y prohibiciones imprescindibles en su conjunto. No he cambiado de opinión en este sentido desde el inicio de esta crisis sanitaria que afecta a todos los aspectos de nuestra vida diaria -familiar, social, laboral, económica- desde hace siete meses. Sigo pensando que las decisiones que adoptan los responsables sanitarios y políticos están pensadas como las mejores posibles para tratar de atajar o al menos reducir la expansión de la covid-19. Incluso asumiendo que pueden equivocarse, como todo el que toma decisiones, no veo, ni de lejos, una gestión desastrosa, ningún hundimiento generalizado de Navarra ni la llegada de un nuevo apocalipsis. Sería ya el décimo o así que se anuncia desde que UPN perdió el Gobierno en 2015 y afortunadamente para los navarros y navarras no tienen la visión futurista muy bien graduada. Y es evidente también que restringir la convivencia social y el ocio es el precio a pagar ahora para mantener la actividad laboral y económica. Pero todo ello no evita que como ciudadano, también como periodista, haya decisiones y medidas que me cuesta llegar a comprender. Sobre todo por las contradicciones que se evidencian entre unas prohibiciones y otras normalidades. No sé si es lógico sanitariamente para controlar la tasa de positivos de coronavirus que se cierren los parques infantiles al aire libre -es cierto que esta medida la aplican unos ayuntamientos y otros no en Navarra-, mientras se permite a miles de alumnos y alumnas de todas las edades convivir en grupos numerosos encerrados en las aulas. O si el cierre total de la hostelería en Navarra, que no han adoptado las comunidades de nuestro alrededor, tiene argumentos suficientes mientras espacios comerciales amplios en el centro de Iruña o grandes superficies reúnen a cientos de personas cada día alrededor de ropas, por ejemplo, que se tocan una tras otra por inumerables personas. O si la prohibición de reuniones en casas privadas de personas que no sean convivientes con un límite de seis como era posible hasta ahora es, desde su efectividad, comparable para detener la ola de coronavirus con la masificación laboral de miles de personas en oficinas, plantas, talleres o empresas de todo tipo. ¿Se puede acudir a un puesto de trabajo con otros compañeros y compañeras durante horas, pero no se puede reunir una pareja con sus hermanos o amigos un par de horas a picar algo, charlar o ver por la tele el partido de Osasuna? Será necesario seguro, pero las explicaciones han sido justas. Más cuando el 4 de noviembre, la fecha límite inicial para estas medidas, parece demasiado cercana en el tiempo ante lo larga que en ese mismo tiempo parece que va ser la presencia de la covid-19 entre nosotros mientras no haya inmunidad o vacuna. Y una y otra están a día de hoy lejos.