ras una semana de dimes y diretes y de echar la bola a rodar de aquí para allá, el acuerdo entre Esparza y el PSOE una vez desvelado se ha mostrado como un pactico más que un pacto. O más bien, un pacto de chichinabo con poco recorrido político y que en apenas unas horas quedó convertido en nada. Visto su contenido se pueden entender las reticencias de Esparza a hacerlo público. Y también resulta difícil de comprender el empeño del PSOE por mantener el acuerdo en una absurda sombra de oscurantismo que solo ha alimentado la sospecha y ha situado en una posición política complicada a Chivite con sus socios políticos en Navarra. Esparza afirmó que la parte conocida de sus compromisos con el PSOE en Madrid era solo la “parte pequeñita”. Se refería al ámbito del pacto que afectaba al Ayuntamiento de Pamplona, que tenía dos puntos: obligaba al PSN de Pamplona a rectificar su discurso y sus posiciones políticas en Iruña y aprobar los 27 millones de inversión presupuestaria que necesitaba Maya y votar en contra de su reprobación. El primer punto se cumplió, pero el segundo ni siquiera llegó a efecto porque para el momento de la votación en el Pleno del Ayuntamiento ya era público que Sayas y Adanero habían desobedecido las órdenes de Esparza y rechazado en el Congreso la reforma laboral. Es el único ganador político de este sainete. Porque tampoco el sacrificio de la credibilidad de los concejales socialistas de Iruña hubiera tenido valor alguno si un diputado del PP no se hubiera equivocado en la votación permitiendo aprobar una reforma laboral que si hubiera sido por los dos votos de UPN estaría muerta. Y el Gobierno de Sánchez camino de unas elecciones adelantadas. Un aviso para el PSN. La jugada ha sido mala para sus protagonistas. Más para Esparza. Los otros tres puntos del pacto no suponían nada en realidad. Un estudio sobre la llegada del TAV a Tudela -el enésimo de este tipo en Navarra-, y la posibilidad de abordar la limpieza de los cauces de los ríos en la Ribera, pero desde la sostenibilidad medioambiental. Es decir, más o menos como hasta ahora. Y el tercer aspecto, penalizar los recibimientos a los ex presos de ETA simplemente llega muy tarde, cuando ya los llamados ongi etorris son más pasado que presente. Se defienda como se quiera, pero el pacto es muy pobre. Quizá por eso, Esparza insiste ahora en que este acuerdo era solo una primera parte y que había otras cuestiones sobre la mesa. Largo me lo fiáis, amigo Sancho, pero para no repetir el espectáculo y alimentar más las desconfianzas estaría bien que ambas partes las aclararan. Es lógico el intento de Esparza de mover ficha para buscar un hueco en la política navarra a 15 meses de las elecciones forales tras años de haber ubicado a UPN en el rincón de la confrontación y el autoaislamiento. Pero quizá debiera haber calculado que su discurso extremista e intransigente de estos años contra todos los demás ha calado como lluvia fina en buena parte de la militancia de UPN. Años de insultos a Sánchez son difíciles de compaginar con un giro de 180 grados que convertía de un día para otro a UPN en el salvavidas del presidente en el Congreso. Y si eso ya era complicado de explicar, el contenido del acuerdo no solo no lo justifica, sino que empeora la posición de Esparza y visualiza la fractura interna en UPN.