se cumplen 20 años del fallecimiento de este pedagogo italiano. El 23 de febrero, en el día de su cumpleaños, lo recordamos especialmente. Es el iniciador e inspirador de la aventura educativa reggiana. Dedicó toda su vida a la construcción de una experiencia de calidad educativa, fundamentalmente en Educación Infantil que, a partir de una enorme escucha, respeto y consideración de las potencialidades de los niños y niñas, pudiese reconocer el derecho de éstos a ser educados en contextos dignos, exigentes y acordes con dichas capacidades.

Hasta su muerte, el 30 de enero de 1994, continúa de forma infatigable trabajando en innumerables proyectos, con un solo objetivo: luchar denodadamente por el desarrollo de las capacidades y cultura de todos los niños, niñas, mujeres y hombres, allí donde se encuentren.

El pedagogo italiano partió de la idea de que la educación empieza con una imagen de infancia que revela la indeterminación del ser humano. Esto, en la práctica, significa el rechazo a las programaciones educativas o curriculares, que implican el prever de antemano, de forma rígida, lo que tiene que ocurrir: llámense objetivos o competencias medidos inadecuadamente por evaluaciones internas o externas. En definitiva, está en contra de una escuela hija de un esfuerzo sin diversión ni placer o de una pedagogía profética "que sabe todo antes de que suceda. Que enseña a los niños que los días son iguales, que no hay sorpresas, y a los mayores que deben solo repetir lo que no han podido aprender".

Para él, las situaciones de aprendizaje, no tanto de enseñanza, van desde el cuidado exhaustivo del ambiente, la belleza, la arquitectura, el mobiliario y los materiales de las escuelas infantiles hasta la presencia de un atelierista (profesional con formación artística) que se ocupe de documentar exhaustivamente (para evitar una retórica solo verborraica) y de provocar otras miradas estéticas en los niños y niñas para evitar ser etiquetados de forma reduccionista. Dio también sentido y contenido a la pareja educativa y obligó a que, en cada aula, hubiera, por lo menos, dos maestras trabajando conjuntamente con 26 niños y niñas de 3 a 6 años, aprendiendo en la práctica a confrontar sus ideas.

Al mismo tiempo los centros educativos, que están de parte de los niños y de las niñas como sujetos de derechos (y no de necesidades), deben ser motor de cambio e incidencia social. Por este motivo, la profesionalidad, según Malaguzzi, es una actitud, una postura en la vida que nos exige, a quienes nos dedicamos al mundo educativo, atravesar las paredes de la propia escuela para tratar de repercutir -políticamente- en los valores de la ciudad.

En su última carta nos comenta cómo debemos preocuparnos por lo que no estamos siendo capaces de hacer por los niños y dejar de enorgullecernos por lo que creemos que realizamos por ellos. "¿Cuántos esfuerzos y potencialidades infantiles vienen desperdiciados por una inadecuada cultura y política educativa?", era algo que se preguntaba y nos demandaba constantemente. "Los falsos pensamientos, las falsas alianzas, la indiferencia y la resignación hacen que los pequeños sean las víctimas elegidas. Todo ello es también una violencia contra la especie humana", solía denunciar públicamente.

Para Loris, trabajar con los niños y niñas significa la intensidad del presente y, al mismo tiempo, espera y esperanza en el futuro. Un tiempo optimista por construir, en el que el ser humano debe sentirse protagonista real de la propia existencia y de las transformaciones políticas y sociales, de la que no es espectador. Hablamos de un futuro incierto, repleto de posibles incontrolables e inesperados. Y esto es lo que busca el niño, lo que en definitiva deseamos nosotros aunque lo hayamos olvidado: aumentar nuestras ocasiones siguiendo ese hilo de Ariadna que nos proyecta desde nuestras raíces al porvenir. La espera es, para Loris, esa luz difusa que ilumina la esperanza. Dos ideas, dos imaginarios que pueden teñir la educación si creemos, firmemente y desde la práctica, en las riquezas ignoradas de todas las niñas y niños (Loris no aceptaba hablar de handicap o deficiencia), y no las traicionamos, para no traicionarnos a nosotros mismos.