Me pregunto de dónde han salido estas gentes de UPN, PP y Concapa para escandalizarse ante un programa educativo como Skolae elogiado hasta la saciedad por los especialistas en el tema y por todos los colectivos que se proponen acabar con la sociedad patriarcal en la que vivimos, con la violencia de género, con las enfermedades de transmisión sexual y definitivamente con la ignorancia en estas materias, mediante programas educativos que tengan incidencia en los menores desde sus edades más tempranas. Hay que solventar los grandes males con grandes remedios. No sirven ni medias tintas ni soluciones fuera de lugar.

No es casualidad sin duda la cercanía de las próximas elecciones. Ya nos tienen acostumbrados los malos perdedores al “todo vale”, así que apelan a la autonomía de los centros privados que pagamos todos. Son muy exigentes a la hora de reclamar derechos y muy recalcitrantes con las obligaciones. “Tú dame para que luego yo haga con el dinero lo que me dé la real gana y no me pidas que aporte nada que yo nací sólo para recibir, no para dar”. Siempre fueron así los que no quieren que haya pan y educación para todos y todas. Abundando en el ridículo más lamentable, los políticos “conservadores” y sus farándulas opusianas y ultracatólicas ponen el acento en los juegos eróticos de los niños y niñas, como si estuviéramos a estas alturas inventando la goma de borrar. Todos los mayores hemos sido niños alguna vez y hemos jugado en nuestra más tierna infancia y en la que ya no es tan tierna a médicos, a desnudar... bueno... ellos jugarían a papás y mamás. No iban a jugar a aitatxos y amatxos aborreciendo, como lo hace una buena parte de ellos, nuestra hermosa lengua vasca. En mi infancia rural aquí en nuestra pobre Euskalerria de entonces, lo único que nos preocupaba, con el nacionalcatolicismo embarrándolo todo, era si pecábamos o no cuando veíamos los cuerpos ajenos o los tocábamos. Hasta descubrir nuestros propios cuerpos nos resultaba de dudosa moral. Descubrir los ajenos ya podía ser un disparate que nos podía llevar inevitablemente a las calderas de Pedro Botero. A pesar de todo seguíamos jugando a médicos. Yo no tenía más de siete u ocho años. En esas estábamos una vez, dirigidos todos y todas, por un chico de Donostia algo mayor que los demás, cuando decidimos consultar por si acaso. Le pedimos que preguntara en la casa donde se alojaba durante el verano. Pronto vino la respuesta. Eulali de Kontxinea, que ya era una chica mayor, como de veintitantos años, había dicho que aquello no era pecado. ¡Qué relajo! Nos quitó un gran peso de encima. Esker mila aunitz Eulali.

En mi pueblo de origen, algo más tarde, también jugábamos a médicos. Recuerdo que esas inocentes prácticas eróticas ocurrían en la calle y en verano. Nadie nos advirtió nunca de que hacíamos algo malo. En las aldeas francesas de los Alpes, que vinieron a continuación los chicos y chicas ya prescindíamos de la medicina erótica y jugabamos directamente “a se deshabiller”, es decir a desnudarse. La calle era fría casi siempre, así que las reuniones infantiles se hacían en casa. Nosotros solo disponíamos de una cocina y un cuarto. Una puerta separaba los dos espacios. La cerrábamos y le pedíamos a mi madre: “Ama, no entres ¡ehhhh!”. Y mi madre nos respetaba y no entraba. De sobra sabía qué podíamos estar haciendo. Ella había sido niña antes que nosotros. Una vez, en casa de las chicas, la madre entró donde no debía y menuda bronca montó porqué pilló a sus hijas desnudas. A nosotros nos asustó su reacción del todo desproporcionada. Fanáticos religiosos y mentes cerradas siempre las ha habido en cualquier lugar y época.

Hablo de tiempos en los que no teníamos televisión. Tampoco se había inventado Internet ni por tanto se tenía acceso a la pornografía. Los tiempos han cambiado bastante pero las mentes infantiles se desarrollan de igual manera. Las tendencias naturales de las personas no pueden ser muy diferentes. Sin embargo, el acceso a tecnologías muy cercanas puede maleducar a niños y adolescentes. Hay que adelantarse para que los educadores les transmitan la verdad de las cosas. Hay lacras sociales como la desigualdad entre géneros, la violencia ejercida sobre las mujeres o la homofobia que están todavía lejos de ser superadas. La sociedad, a través sobre todo de la educación, tiene que tomar cartas en el asunto. Es una urgencia que nadie debería poner en duda.

Escuché decir a alguien que una vez en un domicilio particular se produjo un incendio fortuito y la dueña de la casa, en vez de apresurarse a apagar el fuego, se hincó de rodillas para rezar. Afortunadamente alguien había en las cercanías con mucho más juicio que fe en lo imposible.

¿Qué hacemos con ellos? Les dejamos que recen y se les queme la casa o llamamos a los bomberos?