cuando ya parecía que el peligro asociado al final del canovismo postfranquista -el régimen del 78- estaba conjurado con una especie de bipartidismo a cuatro de dos más dos, llegan las elecciones andaluzas y lo que se antojaba una excrecencia de un sistema en el que la extrema derecha estaba sólida y cómodamente instalada en el PP irrumpe con una fuerza inesperada y superior -aunque esto ya no es una novedad- a la pronosticada por analistas y sondeos. Por supuesto, los análisis se multiplican, a las organizaciones políticas se les paraliza el gesto y el fascismo español y su peculiar caudillo se encuentran con el regalo de una sobreexposición mediática -y además en tono no ya neutro, sino incluso laudatorio- que les proporciona la publicidad que necesitaban para ser una opción viable de voto y dar el salto a territorios y ámbitos hasta hace poco impensables. Evidentemente, se pone el auge de la extrema derecha en un contexto global que no cabe ignorar y ahí están sus avances en distintos países de Europa o en Estados Unidos, generalmente al calor de un discurso xenófobo basado en falsedades, que no constituye el elemento central, sino un banderín de enganche de un descontento que se va extendiendo. El discurso convencional, bienpensante, sea de esa socialdemocracia desarbolada que se sigue considerando depositaria de las esencias izquierdistas aunque no las entienda, sea del pensamiento moderado o liberal, habla de “fascismo y populismo”; en el caso español, y para completar la trinidad diabólica, se añade el “separatismo”.

En toda la Unión Europea estos movimientos han puesto en solfa la política europea y la extrema derecha -no así la mayor parte de la izquierda- vende sin ningún tapujo un discurso abiertamente antieuropeo. Es algo que la burocracia de Bruselas debería tomarse muy en serio, porque las políticas -sesgadas y en ningún caso inevitables- que impuso en la crisis a un coste social elevadísimo alejaron a la ciudadanía de las instituciones europeas y les restaron legitimidad. Las próximas elecciones europeas mostrarán el calado de estos fenómenos, pero bien puede ocurrir que el Parlamento Europeo se llene de euroescépticos, dadas las recurrentes características del voto en tales comicios.

Lo que sobrevuela estos fenómenos es una globalización que, tal como se configura y se gestiona, genera masas de perjudicados mientras quienes se benefician son una exigua minoría con capacidad, sin embargo, para imponer decisiones que, como diría Adam Smith, son una gigantesca conspiración contra el público. Ya lo expuso -creo que con acierto- Dani Rodrik cuando desarrolló su célebre trilema: la profundización de la globalización es incompatible con la democracia y con la toma de decisiones a escala nacional o estatal, más allá de las meramente acomodaticias: estado pequeño, bajos impuestos, libre circulación de capitales o mercado laboral flexible, por ejemplo. En un trabajo más reciente (Populism and the economics of globalization, 2018), sostiene que el malestar y la consiguiente respuesta eran perfectamente predecibles. La incógnita afectaba más bien a la forma que adquiriría. Rodrik distingue un populismo de derechas y otro de izquierdas que se diferencian en los aspectos concretos de la fractura social en que ponen el acento: lo nacional (étnico) frente al problema -no necesariamente real- de la inmigración en el primer caso, o cuestiones sociales relacionadas con movimientos económicos y financieros los segundos. Eso va a explicar las características de estos movimientos en cada país e, incluso, la coexistencia de ambos. Así pues, y teniendo siempre en cuenta las peculiaridades de cada sociedad, en la emergencia de estos movimientos puede atisbarse una rebelión de amplias capas de la ciudadanía contra lo que podríamos denominar el dilema de las lentejas: si quieres las comes y si no las dejas; pero no hay otra cosa: o PSOE o PP, dos opciones y una política. Un dilema planteado por las elites dominantes para mantener el control social y obligar a aceptar decisiones costosas, y que reduce la democracia a mera ceremonia, al acto rutinario de votar y sin que ello afecte a unas políticas que se deciden en círculos quizá selectos, pero desde luego restringidos, y sin control democrático. La plasmación de esa rebelión es diversa, pero los elementos comunes son fácilmente apreciables, incluyendo el resultado del referéndum británico sobre el brexit.

En España la aparición de Podemos, aprovechando las energías acumuladas en el 15-M tiene mucho que ver con la reacción ante ese dilema. Además, el mar de corrupción en que se hallaba sumido el PP bien pudo reorientar apoyos hacia la opción riverista, que al unionismo radical añadía un discurso regenerador. Por supuesto, la profunda crisis en que estos procesos se desenvuelven, empezando por la propia monarquía, enfangada en la corrupción hasta la médula, facilita el avance imparable del independentismo. Creo que el voto a Vox en Andalucía tiene bastante que ver con esto, con la rebelión ante el dilema de las lentejas. Se podrá echar la culpa a Cataluña (de hecho, si atendemos a lo que se debatió en la campaña electoral, parecía el único problema de Andalucía). Pero si el bagaje con el que el PSOE acudía a las elecciones hubiera sido otro, ¿se habría repetido el resultado?

Lo que se planteaba en Andalucía para buena parte del electorado era echar al PSOE de la Junta. El voto a Podemos no era garantía de ello, dado que difícilmente tendría la mayoría suficiente para gobernar sin los socialistas. El PP estaba en caída libre, como mostraron los resultados, y el discurso ultra de Casado lo que hace en realidad es reducir el coste de oportunidad de votar a Vox. En ese contexto, ofrecía una alternativa -y una alternativa racional, no hay que perderlo de vista- para el voto cabreado y, al mismo tiempo, la posibilidad efectiva de acabar con cuarenta años de gobierno socialista cuyo balance dista mucho de ser ejemplar. Dudo que haya 400.000 fascistas en Andalucía y es muy probable que lo de Vox sea una fiebre transitoria. Pero el tiempo dirá. Nos esperan unos meses intensos en lo electoral y será ocasión propicia para calibrar el verdadero alcance del fenómeno. Pero bueno será que se reflexione en profundidad antes de que la realidad nos pase por encima y no quede más opción que la resignación o la frustración.