La Universidad Pública de Navarra viene desempeñando desde su constitución un papel fundamental en el desarrollo de la sociedad, especialmente de la más cercana, la navarra. En efecto, tanto la prestación del servicio público de educación superior, como la transmisión de aportaciones técnicas y profesionales al entorno social y económico, han sido una constante positiva.

Esta encomiable labor que la UPNA proyecta hacia el exterior es llevada a cabo a través del quehacer diario de un importante grupo de personas que, pertenecientes al profesorado y al personal de administración y servicios, interactúan también con el alumnado en el objetivo común universitario que nos encomendó la Ley Foral de Creación de la Universidad Pública de Navarra en 1987. Por ello, tenemos que poner el acento precisamente en las personas que hoy conformamos nuestra querida institución.

Ha llegado el momento de reflexionar seria y conjuntamente sobre el futuro de la UPNA, definiendo los mejores instrumentos para alcanzarlo. Un futuro cuya construcción debe delinearse precisamente en las instituciones democráticas de toma de decisiones de la propia universidad, y cuya ejecución debe hacerse responsablemente por los miembros de la comunidad universitaria.

Estoy convencida de que con esta manera verdaderamente participativa de proceder, los distintos órganos universitarios se verán fortalecidos y los miembros de nuestra comunidad se sentirán más integrados y más participativos en los diagnósticos realistas sobre las diferentes situaciones y así poder brindar las soluciones más adecuadas. Pretendemos situar en la cúspide de nuestras actuaciones el fortalecimiento de los niveles de integración en los procedimientos internos para la toma de decisiones, que ponga el acento en la confianza en las personas. Y muy importante, con total transparencia.

La universidad es pues un espacio donde debe brillar con luz propia la razón y el respeto a la crítica, máxime si ésta es constructiva y aporta vías positivas de comprensión. No resulta posible dotar de eficacia a ningún sistema de gobernanza sin que todos sus actores tengan la oportunidad de ser oídos y se sientan implicados en la búsqueda de fórmulas integradoras en torno a un proyecto común, convivencial e ilusionante.

Al ser nuestra universidad todavía joven, con algo más de 30 años de trayectoria, tenemos que aspirar a ser competitivos y diferentes en campos como la adecuación de las titulaciones a las necesidades sociales, la innovación docente de su profesorado, la transferencia de conocimiento y de tecnología al mundo socio-productivo, la implicación de los estudiantes en su propia formación teórico-práctica, el fomento de una cultura emprendedora, la contribución a la formación permanente de los profesionales, la eficiencia en la gestión de los procesos administrativos, la contribución al desarrollo cultural colectivo y el compromiso social. Todo ello sin obviar nuestra tarea fundamental: la formación de los futuros líderes sociales.

Si bien la actividad universitaria tiene una orientación general y universal, no podemos olvidar que su financiación procede de su entorno más inmediato y, en consecuencia, es incuestionable compaginarla con dar respuesta a las necesidades formativas, investigadoras, culturales y sociales más próximas. De la misma manera, dado el elevado grado de desarrollo y de bienestar que gozamos en nuestra sociedad, debemos hacer frente a los numerosos problemas que aún tenemos, procurando ser un referente en lo que a la aplicación de la responsabilidad social se refiere, tanto en la propia institución como en la relación con la sociedad. Por esa razón, a la vez que posibilitamos a nuestros estudiantes la máxima capacitación profesional, debemos inculcar en ellos un compromiso ético en su desarrollo socio-profesional, que contribuya a conseguir un mundo más justo, igualitario, solidario y respetuosos con el medio ambiente.

La transferencia del conocimiento es una función básica de las universidades. Nuestra incardinación en el entorno nos obliga a transferir el conocimiento y la tecnología para colaborar en el desarrollo de nuestra sociedad y en la mejora del bienestar de los ciudadanos, solo así podremos ser solidarios. La cultura emprendedora también tiene que ser fomentada a los estudiantes para que muchos de ellos tengan la ambición y la capacidad de crear autoempleo al finalizar los estudios universitarios. Y, en general, tenemos que hacer un gran esfuerzo en la empleabilidad inmediata de nuestros alumnos.

Todo ello nos obliga a desarrollar una investigación de calidad con el objetivo de contribuir al avance del conocimiento, la innovación y la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. Para ello, será imprescindible la generación de sistemas innovadores en la organización y gestión de la investigación, el fomento de la actividad investigadora, la canalización de las iniciativas de los investigadores, la captación de recursos y la transferencia de resultados.

La autora es catedrática de Nutrición y Bromatología y candidata a rectora de la UPNA