Que son hombres los que están abusando y violando a mujeres es evidente. También es evidente que ninguna mujer viola y abusa con fines sexuales a un hombre. Por lo que el problema está claramente localizado, es más, los hombres somos el problema en esta simplificación. Entonces, ¿qué hacemos los hombres al respecto? ¿Qué podemos hacer?

Hay que partir de la idea de que la mera presencia de un hombre puede ser percibida como una amenaza por una mujer en diversos contextos, es lo que se llama terror sexual. De hecho, hay una socialización de las mujeres en el miedo. Maitena Monroy lo expresa muy bien: “Este terror es inculcado desde espacios afectivos y de seguridad, gracias a lo cual su poder es más efectivo y los mensajes son asimilados como un ejercicio de afecto, de protección, en lugar de como el ejercicio de control que es”. No es que nunca hayamos hecho mal a nadie, ni que nuestra voluntad sea la de ayudar y defender, no, lo triste es que, al quedarnos a solas con una mujer, aumentamos su inseguridad solo con nuestra presencia. Generamos miedo por el mero hecho de ser hombres, porque son los hombres los que abusan de ellas. Esto es duro de admitir como hombres que somos, pero esta sociedad machista debilita a la mujer dándole mayores privilegios al hombre. Nosotros no sentimos miedo cuando estamos a solas con una mujer, es más, muchos hombres fantasean con esa situación llegando a excitarles. Miedo frente a excitación, ¿de verdad que podemos ser verdaderas personas generando inseguridad allí por donde pasamos?

Desde la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género y Masculinidades Beta recomiendan una serie de medidas a tomar para que las mujeres no sientan ese miedo cuando están solas (en la calle, en un parking, en el campo, en el ascensor?) con un hombre, destaco algunas: “El hecho de que un hombre te ignore te hace sentir más segura”, sepárate de ella, cámbiate de acera, respeta su rechazo a acompañarla, no insistas, deja que suba sola en el ascensor, no escudriñes ya que intimidas, no molestes su ocio, su fiesta, no salen a ligar salen a divertirse, no piropees a las mujeres, si un hombre está molestando a una mujer pregúntale a ella si necesita ayuda, posiciónate en contra de comentarios machistas cosificadores denigrantes e incluso amenazantes hacia las mujeres, etcétera.

Michael Kaufman explica que “el patriarcado existe no solo como sistema de poder de los hombres sobre las mujeres, sino de jerarquías de poder entre distintos grupos de hombres y también entre diferentes masculinidades”. Y aquí está también una de las claves, no existe una masculinidad única ni una experiencia única de ser hombre. Se están dando diferentes velocidades de cambio entre los hombres y esos cambios se ven, se aprecian. Hay un rechazo del poder estructural, de la mayoría dominante hacia esos cambios que se dan en ciertos hombres, lo ven como una amenaza porque se resisten a ser despojados de sus privilegios, por eso tienden a aislar al nuevo hombre y a desprestigiar al feminismo mofándose de su movimiento,

Tenemos que ser conscientes los hombres que el patriarcado no solo es un problema para las mujeres, es que también produce mucho dolor en los hombres. Como bien dice Ana Beaumont, “y por extensión en la sociedad, la desigualdad enferma a las sociedades, nos resta oportunidades y hay un desperdicio del talento”. En este sistema, la masculinidad hegemónica (el machismo), los hombres hemos llegado a eliminar nuestros sentimientos, a esconder toda gama de emociones, a suprimir nuestras necesidades afectivas y posibilidades tales como el placer de criar, de cuidar a otras personas, la empatía, la receptividad, la compasión, las muestras de cariño entre hombres? Los hombres mantenemos una coraza dura para conseguir objetivos de éxito y triunfo social, objetivos que no dejan de ser el resultado de una construcción social de una identidad de género masculina hegemónica. Y todo esto es una fuente enorme de dolor, porque además este sistema neoliberal nunca va a dejar que alcancemos las cotas que nos ofrece, nos mantiene a raya en continua pelea y esfuerzo inútil. Esto genera frustración que se convierte en temor y éste en impotencia. Esta impotencia busca chivos expiatorios en el racismo y la homofobia (el patriarcado establece en la parte superior de la jerarquía al hombre blanco, occidental y heterosexual) o se canaliza con el alcohol, emborracharse para poder soltarse y decir lo que serenos somos incapaces y poder así abrazar al amigo.

Tenemos que intentar hacer un esfuerzo de coherencia personal y colectiva, ya que todavía persiste una brecha entre las ideas aceptadas por los hombres y su comportamiento. Lo que se piensa, lo que se siente, lo que se dice y cómo se actúa deben ser una misma cosa, si no, nos mentimos a nosotros mismos. Apoyar el feminismo significa realizar cambios en nuestra vida personal. La lucha contra el racismo, la homofobia y los privilegios de clase son así mismo esenciales para transformar las relaciones contemporáneas de género. Mirar la experiencia de grupos de hombres que ya han reflexionado e interiorizado los cambios puede beneficiarnos a todos los hombres en su conjunto.